¿Para qué sirve la educación?

EDUCACIÓN

Imagen de archivo de una niña con gafas en clase
Imagen de archivo de una niña con gafas en clase istock

11 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuenta la leyenda que hace unos años en una facultad de educación de una universidad pública española, se estaba celebrando la reunión final de curso académico. En ella se discutían cuestiones relacionadas con la organización de la docencia del próximo curso, la petición de nuevas plazas y algún asunto de trámite. Así iba transcurriendo la reunión cuando de repente, en mitad de la sala, surge una nube de humo de la cual aparece la figura de un mago, ante la estupefacción de los presentes.

Este mago, con gran ceremonia, se dirige a la persona que estaba coordinando la reunión, el catedrático de la facultad, a quien le plantea lo siguiente: «Le voy a ofrecer 3 deseos pero solo puede escoger uno. ¿Acepta usted esta propuesta?». A lo que el catedrático le responde, después de superar el susto inicial de la aparición: «Sí, ¿por qué no?».

«¡Excelente!» —le contesta el mago—. «Los deseos que le ofrezco son los siguientes y le recuerdo que solo puede escoger uno: el primero, riquezas más allá de su imaginación; el segundo, encontrar el amor de su vida; y el tercero, alcanzar la sabiduría infinita. ¿Cuál escoge? ¿Con cuál se queda?».

Después de pensar un buen rato, nuestro catedrático dice por fin: «Escojo la sabiduría infinita». «¡Concedido!», le responde rápidamente el mago, tras lo cual desaparece envuelto en una nube de humo.

Cuando el humo se disipa completamente, vemos al catedrático mesándose los cabellos y moviendo la cabeza en actitud reflexiva. Al cabo de un rato, sus compañeros de facultad, después de sobreponerse del shock de esta fantástica escena que acaban de presenciar, le preguntan: «Catedrático, ahora que está en posesión de la más alta sabiduría, díganos algo, ¡ilumínenos con su saber!». A lo que el catedrático les responde taciturno: «Bah, tenía que haberme quedado con el dinero».

Creo que esta leyenda ilustra buena parte de las tensiones, contradicciones y disyuntivas a las que se tiene que enfrentar la educación hoy en día en nuestras sociedades.

Por una parte, la educación es la encargada de transmitir el saber científico y cultural desarrollado por las disciplinas científicas y acumulado por las generaciones anteriores. El tesoro que nos acercará progresivamente a la verdad, la cual nos llevará a crecientes niveles de desarrollo, justicia, igualdad y, en definitiva, a mayores cotas de desarrollo.

En esta concepción, la educación desempeña un papel central como medio a través del cual transmitir de la manera más exacta posible y extender por el conjunto de la sociedad los «frutos del saber». Estamos ante la realización del sueño del proyecto de la Ilustración; por eso a esta perspectiva se la suele denominar la visión ilustrada en educación. Una visión que a muchos nos resulta cercana y lógica, porque hemos sido socializados en ella desde la infancia, y que todavía está presente en buena parte del tejido social y del espectro político.

Pero sabemos por la anécdota del catedrático que esta no es la única forma de pensar la educación. De hecho, no es la más dominante actualmente. La otra visión en disputa es la que une la educación no con el saber y el conocimiento, sino con la empleabilidad.

Desde este punto de vista, lo lógico es que la educación se adapte a las necesidades formativas del tejido empresarial y transmita las competencias profesionales demandadas por las empresas. Competencias que permitan al alumnado ser un buen profesional y competir individualmente por un puesto de trabajo en el mercado laboral.

Este planteamiento ha sido teorizado por la Escuela del Capital Humano. De modo que, mayores niveles formativos dan lugar a trabajadores más eficientes en su puesto de trabajo, que con su labor profesional aumentarán la productividad de la empresa en la que trabajan, la cual a su vez generará mayores beneficios económicos, y que en última instancia beneficiarán al conjunto de la sociedad mediante mayores inversiones, más innovaciones y/o más puestos de trabajo.

Para que esto funcione, lo natural es que la educación siga los principios y el funcionamiento típicos de la empresa privada. Por ejemplo: los centros educativos deberían asumir principios organizativos gerenciales, tener libertad para contratar —y despedir—al personal docente; se debería fomentar la creación de un mercado educativo diverso donde las personas pudieran elegir entre la oferta educativa según sus necesidades y gustos; que los centros pudieran competir por el alumnado; priorizar la práctica profesional por encima del saber teórico; generar vías de colaboración entre los centros educativos y el mundo empresarial ?por ejemplo, a través de convenios o de cátedras?, etc.

Esta es la visión más o menos dominante en nuestras sociedades. Por ejemplo, no hay un solo rector o rectora que, cuando tiene la oportunidad de hablar en los medios de comunicación, al poco de arrancarse a hablar, no haga alguna mención al capital humano y a la gran empleabilidad de los estudios universitarios de su institución. Ninguno.

El alumnado tampoco es ajeno a esta visión. Así, cuando dicen «las clases de ese profesor no sirven para nada, son todo teoría», se refieren a que la universidad debería priorizar habilidades e instrumentos que se puedan aplicar directamente en el mundo del trabajo, por encima de aquellos conocimientos teóricos, reflexivos y abstractos que no tienen una conexión fácil y directa con el mundo laboral.

Estas dos visiones son las que monopolizan el debate público y político en educación, variando el grado de énfasis en una u otra postura. Me atrevería a decir que lo que tenemos hoy es una confusa y caótica amalgama de las dos perspectivas. Pero cada vez son más evidentes las limitaciones y problemas de estas concepciones para afrontar los retos de nuestras sociedades.

En el caso de la visión «ilustrada» en educación, porque la simple transmisión de conocimiento y saber científico no parece suficiente para que las sociedades sean más justas y las personas sean más honestas y responsables. Las cifras de escolarización en todo el mundo no han dejado de aumentar en las últimas décadas y no por ello el mundo es hoy un lugar más igualitario y seguro. A su vez, altos niveles formativos no garantizan que las personas se comporten de forma ética, prosocial y responsable. Por ejemplo, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, tiene una licenciatura y un máster en Arquitectura ?una disciplina que conjuga la reflexión humanista y estética con la rigurosidad técnica? por la Universidad de Massachusetts (MIT), una de las instituciones educativas más prestigiosas de Estados Unidos, y no parece que pueda ser tomado como un ejemplo de comportamiento ético y prosocial. Por poner ejemplos más cercanos, buena parte de los políticos españoles implicados en casos flagrantes de corrupción tienen titulaciones universitarias, algunos de ellos tienen un doctorado, hablan idiomas, y no por ello su comportamiento es un ejemplo de ciudadanía responsable. Con lo cual el precepto base del que parte la visión ilustrada, la transmisión del saber y conocimiento científico y cultural ?el tesoro de la humanidad?, no resulta suficiente en sí mismo para la construcción de sociedades más justas e igualitarias. El proyecto de la Ilustración es el proyecto de las luces, pero también el de las sombras, alguna de ellas francamente siniestras.

Por otra parte, la visión «empresarial» sobre la educación tampoco parece que dé una respuesta válida a los problemas que tenemos hoy en día. En buena medida porque la hipótesis de partida de más formación = mejores trabajadores = mayor productividad = más riqueza no se sostiene del todo en el contexto de un capitalismo neoliberal que prefiere aumentar la productividad a través de la explotación y del uso de un inmenso y dócil ejército de mano de obra barata (egresados con sus títulos bajo el brazo compitiendo aisladamente por puestos de trabajo cada vez más precarios e indignos, dispuestos a aceptar lo que haya, porque o lo tomas o lo dejas).

Ante esta situación, ¿qué debemos hacer? ¿Volvemos a planteamientos tradicionales en educación enfatizando los valores de la disciplina y el esfuerzo? O, en cambio, ¿vinculamos aún más la educación con el tejido empresarial? ¿Competencias profesionales en la Primaria? Y, ya puestos, ¿por qué no en la Infantil?

En cambio, quizás lo que tendríamos que hacer es abrazar los últimos desarrollos tecnológicos e introducirlos plenamente en el sistema educativo. ¿Dejamos que sea alguna inteligencia artificial la encargada de organizar las enseñanzas? O, mejor todavía, ¿ponemos al frente del Ministerio de Educación a una inteligencia artificial? O, en cambio, ¿tiramos por la calle de en medio y seguimos avanzando en el caótico y no siempre bien avenido matrimonio entre la visión ilustrada y la visión empresarial en educación?

¿Qué hacemos ante estas disyuntivas?

Creo que la solución debería residir en resituar social y políticamente la educación. Me refiero a restaurar su valor social: la educación tiene que tener una aportación sustancial al desarrollo global de la persona, no puede caer en la simple transmisión de saberes librescos, ajenos a los problemas de la vida, entre los cuales, por supuesto, está la dimensión laboral. En última instancia, la cuestión que tiene que regir el paso por el sistema educativo es la siguiente: ¿en qué medida gracias a la educación somos hoy mejores que ayer?

Por otra parte, tiene que recuperar su valor de cambio, es decir, que la educación permita el acceso a trabajos dignos, socialmente útiles y significativos para la persona. De modo que la persona pueda devolver a la sociedad lo que esta ha invertido en sus años de formación y sea, al mismo tiempo, un medio para vertebrar un proyecto de vida propio y autónomo.

Todo esto pasa por dotar a la educación pública de un proyecto político propio ?que no partidista?, el cual permita hacer las transformaciones necesarias para avanzar en estas líneas de cambio. Líneas que, en mi opinión, contribuirían a la estrategia general de la consecución del bien común ?una estrategia en la cual la educación es solamente una pieza más junto a otras?. Y este debe ser el principal cometido de la educación, un cometido que trascienda, sin olvidar, las aportaciones de las visiones ilustrada y empresarial, así como los avances tecnológicos que vayan surgiendo.