Canción de hielo y fuego

DEPORTES

Stephanie Lecocq | REUTERS

Sinner, frío como un témpano, y Alcaraz, sangre caliente, mostraron en Roland Garros que ha quedado abierta una rivalidad que durará años

09 jun 2025 . Actualizado a las 19:44 h.

La famosa serie de ciencia ficción de George R. Martin, Canción de hielo y fuego, comienza con un tomo que para mucha gente es el más popular: Juego de tronos; el segundo es Choque de Reyes y el tercero, Tormenta de Espadas. En Roland Garros empezamos a ver al hielo y el fuego danzando en un verdadero choque de reyes, que probablemente va a marcar el signo de muchas finales en los próximos años. Desde luego, se intuye la tormenta de raquetas que se avecina. Si nada se tuerce, en los próximos años podremos disfrutar de una saga tan fructífera como la literaria.

Muchas veces, como ocurre en todo en la vida, al deporte lo hace grande la presencia de rivalidades legendarias. El Yin y el Yang lanzándose pelotazos a 200 kilómetros por hora y devolviéndolos con precisión. No simplemente sacándose la bola de encima, sino golpeando el misil que viene devolviéndolo todavía con más fuerza y buscando las líneas para mover al contrario hasta la extenuación.

Diferentes pero iguales

Nada más diferente y más parecido que el hielo y el fuego: ambos queman. Nada más diferente sobre las pistas de tenis que Sinner y Alcaraz. Pero también más parecidos: ganadores que van atesorando títulos a una edad en la que otros están pidiéndole a Chat GPT que les escriba un trabajo de fin de carrera para no tener que estrujarse ellos la mollera.

Por un lado, el carácter frío de un italiano alpino —que por eso era esquiador de competición—, hierático con todos sus rivales menos con uno. Impasible y absolutamente regular, hasta que el fuego empieza a derretirle los pies. Que en la pista central de Roland Garros por fin torció el gesto al notar venírsele encima el calor cuando ya dolía el cuerpo después de más de cinco horas de carrusel emocional, de verse vencedor y que la presa se le resbalase de entre los dedos. Cuando notaba que ya no podía correr a otra dejada más, o vio pasar la bola de derecha dibujando un ángulo que solo un loco se jugaría en un tie-break como respuesta al mazazo que él le había enviado.

El volcánico de Murcia

Nada más explosivo, volcánico, que el murciano. Que pierde partidos fáciles y, sin embargo, es capaz de levantar primero dos sets en contra y después tres bolas de partido contra el número uno del mundo en la final de un grande, que se dice pronto, pero que no he encontrado en las estadísticas que lo haya logrado nadie. Levantar dos sets, si. Levantar tres bolas de partido, también, pero ¿contra el número uno, que venía de ganar todos sus partidos sin ceder ni un set? Hay que estar un poco loco para seguir intentándolo en esas condiciones. O ser un iluso. O ser Alcaraz. Ese jugador mediterráneo, moreno, risueño, que necesita divertirse y combinar lo ortodoxo, aunque vertiginoso, con los golpes imaginativos que le caracterizan y muchas veces levantan al público y desesperan al rival. Y que salgan bien o fallarlos, que los falla.

También es cierto que probablemente sea más fácil ser el entrenador de un jugador predecible como un metrónomo, que el de otro que a veces parece más peligroso que un mono con un Kaláshnikov.

Pero lo cierto es que viéndolos a los dos, el espectáculo está servido para disfrute del personal, aunque haya que tener desfibriladores prestos junto a sus técnicos y, sobre todo, junto a sus madres. ¡Cómo sufrieron las dos en París!. Y viendo el panorama futuro, lo que les queda por sufrir. Como muchos, estoy deseando que salga el próximo capítulo de esta adictiva Canción de Hielo y Fuego.