El descrédito sin fin de la FIA empaña el histórico hito de Verstappen

David Sánchez de Castro MADRID

DEPORTES

Max Verstappen, tras proclamarse campeón del mundo en el gran premio de Japón.
Max Verstappen, tras proclamarse campeón del mundo en el gran premio de Japón. AFP7 vía Europa Press | EUROPAPRESS

Una normativa poco clara y, sobre todo, la decisión de sacar la grúa en Suzuka cuando los pilotos aún estaban rodando han dejado a la Federación Internacional señalada

10 oct 2022 . Actualizado a las 19:49 h.

Max Verstappen y Red Bull tenían todo preparado para la fiesta en Suzuka. Desde hacía semanas estaba marcado en rojo el fin de semana del regreso a Japón, no solo para fortalecer las raíces con Honda que tanta gloria les ha dado en esta época reciente, sino porque sabían que las matemáticas jugaban a su favor. El vigor con el que Verstappen ha conquistado su segundo título del mundo bien se merecía un escenario con enjundia, donde se habían celebrado otros once títulos antaño.

La lluvia del viernes hacía prever un fin de semana movido. De esos que dejan imágenes para la historia, que se recuerdan por los anales. Todo parecía perfecto para Verstappen, que incluso el sábado vio cómo se aliaba con él la ciclotimia de Ferrari. Esta vez no hubo un Charles Leclerc en la pole, sino que fue él mismo. Iba a ser un domingo de gloria para él, pero 24 horas después del hito, apenas es una nota al pie de página.

La Federación Internacional del Automóvil (FIA)  se ha encargado de arrebatarle el protagonismo al nuevo bicampeón del mundo. Este lunes se habla de manera tangencial de él, mientras el debate se centra en cómo una normativa confusa y mal rehecha hace apenas un año dejó al propio Verstappen sin saber bien si era o no campeón del mundo durante unos minutos que parecían sacados de una sitcom tipo Modern Family. «¿Soy campeón o no?». ¿En qué lugar del metaverso conocido alguien se hubiera imaginado que el ganador de dos terceras partes del calendario iba a tener semejante duda? Todo por una expresión: «Si la carrera se detiene y no puede ser reiniciada». Ahí está la clave.

Esta última frase ya aparecía en el reglamento deportivo desde 1991, cuando entendieron que había que hacer algo con las pruebas que no se completaban por la lluvia. No era algo nuevo, ni mucho menos, pero todas se habían regido bajo esta norma: si no se disputaba un 75 % de la carrera, se repartían la mitad de los puntos. En toda la historia de la fórmula 1 en las que se habían dado menos puntos de los establecidos se mantenía una misma premisa: no se habían dado todas las vueltas y no se había podido reiniciar. Estas fueron Austria 1977, Mónaco 1984 —el primer podio de Senna—, Australia 2001, Malasia 2009 y Bélgica 2021. Fue esta última la que obligó a reescribir la norma para evitar pantomimas como ver a los pilotos dar tres vueltas detrás del coche de seguridad sin poder adelantarse.

El problema es que, hasta el momento, nunca se había producido lo del domingo: una carrera parada, se reinicia y se completa por límite de tiempo y no de vueltas. Al reducirse el tiempo máximo de carrera de cuatro a tres horas (para evitar lo sucedido en Canadá 2011), estrictamente se completó la distancia total de carrera cuando se llegó a ese límite de tiempo, ya que la norma así lo contempla. Una ley que no contemplaba toda esta combinación de factores y que lió hasta a los mismísimos responsables de Red Bull. «Nuestros estadísticos habían calculado que a Max le faltaba un punto», admitió después Helmut Marko.

«¿Qué hace una grúa ahí?»

Dentro de lo malo, este vodevil se solventó inmediatamente. Más problemático y polémico es el otro gran debate del domingo. La actual generación de pilotos vivió su momento más duro en el gran premio de Japón, precisamente, del 2014. Aquel día, el talentosísimo Jules Bianchi perdió el control de su Marussia y se estrelló directamente contra la grúa que estaba sacando el coche accidentado de Adrian Sutil. Tras meses en coma, murió. Se convertía en la primera víctima mortal entre los gladiadores desde el añorado Ayrton Senna en San Marino 1994.

La normativa cambió entonces. Se dieron cuenta de que las dobles banderas amarillas para pedir a los pilotos que redujesen en caso de una situación así no era suficiente, metieron la orden de banderas rojas y, sobre todo, se estableció un protocolo claro: nunca una grúa debe salir a pista si los coches no están reagrupados tras el coche de seguridad y, más que nada, nunca con ellos pasando al lado.

Eso es lo que no se cumplió el domingo. Cuando Carlos Sainz se fue contra el muro por un aquaplanning que podría haberle ocurrido a cualquiera, alguien mandó salir al piloto de la grúa. Este fue directo hacia el Ferrari accidentado, mientras por detrás pasaban los coches tras el de seguridad, y a los minutos Pierre Gasly, furibundo, se preguntaba qué hacía esa máquina en medio de la pista. De por qué iba él a 200 km/h tras ser avisado dos veces de que redujera la velocidad, ni noticias, aunque luego le sancionaron.

Todos los pilotos, sin excepción, claman este lunes contra la FIA. George Russell y Sebastian Vettel, como presidentes de la Asociación de Pilotos de GP, van a ponerle la cara roja a los responsables de ponerles unas normas claras y precisas para garantizar que el deporte sea seguro y entretenido, por este orden. Es inconcebible que ni diez años después de la pérdida de Bianchi haya ocurrido lo ocurrido.

Que el título de Verstappen no tape las vergüenzas de la FIA, ni viceversa. Quedan cuatro grandes premios —uno de ellos al esprint— y mucho que decidir. La mejor noticia es que sean los pilotos los protagonistas y no una federación internacional sobrenormativizada e incapaz, a la vista está, de no mostrar sus carencias cada vez que un fin de semana no es idílico.