Lo que nunca sabremos de unos Juegos Olímpicos

Lois Balado Tomé
Lois Balado TOKIO2020

DEPORTES

09 ago 2021 . Actualizado a las 10:22 h.

Es inevitable. Desde 1996, cada vez que la selección española de balonmano pelea por una medalla me acuerdo de Iñaki Urdangarin y de la infanta Cristina. Allí surgió el flechazo. Nunca se sabe cuándo se te puede cruzar un ducado en la vida. Veinticinco años después, examino con lupa a todos los deportistas españoles. Por culpa de —o gracias a— aquella historia de amor en Atlanta, en unos Juegos todos son sospechosos de poder acabar formando parte de la familia real. Se ve que la sangre azul bulle especialmente cada cuatro años, porque no son los únicos. Carlos XVI (Gustavo) y Silvia de Suecia se conocieron en Múnich 1972 y Federico y Mary de Dinamarca en Sídney de 2000.

No es por chovinismo, pero nada que ver sus historias nórdicas con el cuento de hadas nacional. Silvia era voluntaria y la princesa danesa era publicista en aquellos Juegos. Iñaki Urdangarin era todo un bronce olímpico y la infanta había sido la abanderada española cuatro años antes en Seúl. Acudió a Corea porque formaba parte del equipo de vela en el 470. Como suplente. El selectivo para aquella cita no hizo correr tanta tinta como el del K4 para Tokio.

No se ha dado mal la cosecha en Japón a la delegación española. Faltó el dichoso oro por equipos, que se sigue resistiendo desde el waterpolo, precisamente, en Atlanta. Durante tres semanas hemos conocido a fondo los perfiles de todos los que acabaron con metal colgado al cuello o de los que cierran sus capítulos de dedicación y amor por el deporte. Historias que podrían ser la suya o la mía. Es parte de lo que hace de los Juegos una cita única, la facilidad con la que uno se identifica con sus vecinos. Desde los que a los 18 años se reflejan en el escalador Alberto Ginés a los que sufren por los achaques de las 51 castañas que comparten con Chuso García Bragado.

Nos hemos sentido cerca de ellos. Casi nos hemos sentido ellos. Por desgracia no hemos sido ellos y no hemos podido estar en esa Villa Olímpica limpia de covid y jugando al póker con Luka Doncic al lado de una botella de vodka. Vivir esa experiencia y saber cuánto hay de leyenda sobre su fama de fragua de romances es algo con lo que es difícil convivir. Cristina Ouviña nos puso una ventanita. Rápidamente todos se echaron al cuello y tuvo que pedir perdón. Ahora nunca lo sabremos.