El discreto adiós de una leyenda

José M.Fernández

DEPORTES

ANDREJ ISAKOVIC | AFP

23 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Debutó en la ACB un 23 de noviembre de 1997, cuando apenas tenía 17 años. A su manera: 10 puntos en 10 minutos. Mucho ruido en la cancha, el silencio fuera. Dos decenios después, Juan Carlos Navarro está a punto de llegar a un acuerdo con el equipo de su vida para despedirse como jugador. Aseguran que, a sus 38 años y con un cuerpo sometido a un severo castigo físico, quería seguir al menos un año más, una temporada para borrar así el mal sabor de boca del duro revés en la semifinal de la ACB. El Barcelona le ha prometido una despedida a la altura de lo que ha significado, algo que probablemente no conseguirá. Navarro no solo ha patentado una forma de lanzar a canasta o ha prodigado como nadie una innata capacidad para cambiar el signo de un partido, también ha sido el socio invisible e imprescindible de Pau Gasol, el talento que ha acompañado los momentos más brillantes de la historia del baloncesto español. Una leyenda en activo. Con el Barcelona conquistó ocho títulos de Liga, siete Copas del Rey, cinco Supercopas, dos Euroligas y una Copa Korac. Ningún otro jugador se ha enfundado más veces en la camiseta de la selección española ?253?, con la que se ha subido al podio en 10 ocasiones en categoría absoluta. Está a un paso del adiós, pero no por voluntad propia. Si por él fuera no lo dejaría nunca.

En un baloncesto físico y mecanizado, con jugadores cada vez más versátiles, capaces de jugar dentro y fuera, de cara o de espaldas al aro, Navarro es el nexo de unión con el juego de toda la vida, imprevisible y talentoso. Único, genial e irrepetible, tan discreto fuera de la cancha como hiperactivo dentro, redujo su cotización para demostrar que pese a sus aparentes limitaciones físicas podía hacerse un hueco en la NBA; podría haber seguido, pero renunció para regresar al año siguiente al Barcelona, su casa. Sin hacer ruido. Como ahora, en su despedida, pese a que se trata del penúltimo superviviente de una generación irrepetible, aquella que en 1999, en Lisboa, conquistó frente a Estados Unidos el Campeonato del Mundo júnior. Entonces, Navarro todavía se permitía un mate de vez en cuando. Y ya era el mejor.