La final que nunca existió

José M. Fernández

DEPORTES

LLUIS GENE | Afp

El Barça volvió a ser el de los grandes días, espoleado por el tropiezo de Roma y el homenaje a Iniesta

22 abr 2018 . Actualizado a las 08:45 h.

Un suspiro. Eso es lo que duró una final resuelta por la vía rápida, con un par de picotazos antes de la media hora de los que un aturdido Sevilla ya no se recuperaría. La final maltratada por los despachos, a la que se le aplicó el calzador para meterla en medio de una jornada de Liga, se la llevó el Barcelona por aplastamiento. Solo en 1915, con el 5-0 del Athletic al Español, o en el 6-1 del Real Madrid a su filial Castilla en 1980 reflejaron un abismo similar al que separó ayer al Barcelona, un campeón con 30 títulos ?los cuatro últimos de forma consecutiva?, y al Sevilla.

Y es que al conjunto catalán apareció sobre el césped del Metropolitano espoleado por el mazazo del Olímpico de Roma, un episodio del que se ha recuperado de forma sorprendentemente rápida. El conjunto catalán recuperó el hambre, la cualidad futbolística que tanto añoró Pep Guardiola en su último tramo en el banquillo culé. El apetito y a Messi, claro, que se encargó de igualar un nuevo récord, al marcar en cinco finales y agujerear una vez más ?31 tantos en 33 partidos le ha marcado al Sevilla? a su enemigo preferido. De las últimas conexiones del argentino con Iniesta nacieron algunos de los mejores productos de una noche en azul y grana. Antes Cillessen escarbó en la precipitada presión sevillista con un pelotazo con firma. La ansiedad andaluza facilitó los espacios al Barcelona más voraz de los últimos meses. El segundo y el tercero tuvieron su origen en Iniesta. Dos obras de arte a la contra a la que le pusieron rubrica Messi y Luis Suárez.

Entre ambos, Iniesta, quizá para hacer caso al añorado Luis Aragonés que atisbó en la palidez del manchego el fututo del fútbol español, buscó con ahínco el gol, un rasgo de egoísmo impropio del jugador que iluminó los mejores años del fútbol español; quizá porque se ha hablado tanto de su última gran cita en el fútbol español que quiso dejar una firma propia, el sello de un futbolista único. Lo encontró a la cuarta ?aunque antes ya había mandado un misil al larguero?, cuando Messi hizo de Iniesta para regalarle uno de esos caramelos que comenzó a degustar Frank Rijkaard y que en el futuro degustará el ignoto fútbol chino. No se ha ido y ya lo echamos de menos. También una final como es debido.