El Real Madrid y sus nombres propios

Raúl Caneda TRIBUNA

DEPORTES

07 mar 2017 . Actualizado a las 17:48 h.

Cuando hablamos de un club como el Real Madrid conviene cambiar el paradigma, poner el foco adecuado. Estamos hablando de un gigante. El único punto de vista preciso es verlo como un mega producto de la sociedad de masas, de consumo, donde lo que parece suplanta a lo que es.

Al hablar de mitos como Zidane, su descomunal figura como última leyenda blanca convierte en nimia cualquier duda que pudiera plantear su errático pasado como técnico del Castilla. De hecho, cuando hablamos de Zidane solo se puede perspectivar desde lo mitológico, desde lo simbólico, donde la realidad deja de existir como tal; se transmuta en lo que parece. Eso es lo que es. 

Y es que el Real Madrid para forjar su leyenda nunca ha necesitado de la aportación de un técnico, de ningún entrenador que mostrase el camino, tal y como hicieron en el Barça Cruyff y Guardiola. La identidad blanca ha sido escrita con nombres propios de jugadores, añadiéndole a la calidad, siempre indispensable, una sutil línea marcada desde Pirri hasta Sergio Ramos, pasando por Stielike, que ha dotado al vestuario de autonomía, de vida propia. El Madrid nunca ha sido un club de grandes necesidades organizativas, ni ha tenido la necesidad de ser vanguardia táctica, al Madrid siempre lo ha guiado un solo destino sin reparar en el camino elegido: ganar. Y en esa vocación casi religiosa ha hecho que su entrenador a menudo haya sido secuestrado, reducido a una figura paternal, a veces, incluso invisible; otras, anónimo.

Con la llegada de Zidane, recibida con evidente satisfacción por el vestuario, se estimuló lo único fundamental en una plantilla repleta de inmejorables futbolistas: la alegría. A lomos de ese estado de ánimo y de ese plantel descomunal, donde cualquiera de sus suplentes sería una estrella en la millonaria Premier, fue capaz de construir una racha de treinta partidos sin perder, ganando con esa lucidez que solo el triunfo continuo ayuda a mantener.

Puede dar la impresión de que la derrota en Sevilla enterró ese brillo, abriendo una rendija por la que se colaron los habituales, pero banales mensajes destinados a hacer parecer que se sabe: «El Madrid no juega a nada», «lo sustenta la calidad de los jugadores», «no tiene orden»... Esa retahíla de tópicos que solo tiene la pretensión de convertirnos a entrenadores y opinadores en expertos trascendentes.

Resulta evidente que no se puede mantener en el tiempo rachas de imbatibilidad sin jugar bien, de la misma manera que no hay entrenador capaz de organizar un fútbol más ordenado y creativo del que puedan generar Kroos, Modric y Benzema por sí solos. Si están contentos. Porque lo único que genera orden es saber jugar.

Lo que sí es posible es que la gasolina que sustenta la época de Zidane hasta ahora, la alegría, esté empezando a mostrar síntomas de agotamiento, de cansancio. Nada táctico. La realidad, cuando solo habla lo que pasa en el campo, nos muestra que el Madrid es capaz de remontar sin aparente esfuerzo ante un notable Nápoles. Lo normal es que el Madrid también gane hoy. La realidad es que nadie lo querrá como siguiente rival. Y a nadie le extrañaría que vuelva a ganar otra Champions. Cuestión de costumbre, de jerarquía.