El Tiburón quiere romper el almanaque

antón bruquetas REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

PATRICK B. KRAEMER | Efe

El mejor nadador de todos los tiempos sopesa su continuidad en la competición después de Río

04 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Su reto en los Juegos es agigantar la colección de medallas que guarda en su casa de Baltimore. Nadie acumula más gloria olímpica que Michael Phelps. Después de Londres sus ganas de continuar adelante parecían agotadas, prácticamente extinguidas. La preparación para la cita en la capital británica fue un despropósito. El nadador ha reconocido que cuando no le apetecía entrenar apagaba el despertador y no acudía a la piscina. Tampoco cuidaba su alimentación. Pero en el Aquatics Centre su clase acabó imponiéndose. Lo que podría ser un sonoro fracaso se convirtió en otro recital.

A los pocos meses de haberlo dejado, se sintió vacío. No sabía muy bien qué hacer. Y en esa crisis de identidad que terminó a finales del 2014 en una clínica de rehabilitación. Inopinadamente de allí surgieron nuevos estímulos para el campeón. Terminó casándose con Nicole Michele Johnson, con la que mantenía una relación desde el 2007, aunque con un rosario de altibajos. Y en mayo de este año, la pareja estrenó paternidad. Nació Boomer Robert. «Me hace una ilusión especial que mi hijo me vea compitiendo en unos Juegos», reconoce Phelps cada vez que se le cuestiona por este asunto.

Y con estos ingredientes fue tomando consistencia el retorno de la leyenda, que confió en su entrenador de toda la vida, Bob Bowman, para que lo volviese a exigir en ese océano de cloro. El técnico le puso condiciones, no quería un descontrol como el que precedió a Londres. Necesitaba garantías de que Phelps había cambiado, de que lo harían todo como al principio, como cuando tenía 15 años y debutó en Sídney en unos Juegos o como antes de Pekín, cuando el estadounidense se propuso apoderarse del récord de Spitz, de las siete medallas de oro de Múnich 72. Él salió de China con ocho. Al final lo convenció.

Traslado a Arizona

Phelps siguió a Bowman hasta Arizona y allí se machacó a conciencia. Ahora, como en Pekín, tenía otro desafío: ser el primer nadador en conseguir una medalla de oro después de haber sobrepasado la treintena. Sus mayores opciones parecen en el 200 mariposa. «Su reciente paternidad le servirá para dar ese plus al que siempre nos tiene acostumbrados», comenta el director técnico del Santa Olaya, el ferrolano Pepín Rivera. «Será interesante el enfrentamiento que mantendrá con Chad Le Clos, cuyos padres sufren cáncer y lo que le puede servir también de acicate, y el húngaro Laszlo Cseh, que está nadando realmente bien». Phelps tiene algunas de las mejores marcas de la temporada, pero también es consciente de que debe nadar más rápido en Río de lo que lo hizo en los trails de Estados Unidos, donde se ganó la plaza para los Juegos con comodidad.

De todas formas, lo más sorprendente de este nuevo Phelps no es que tenga opciones de medalla ni de ser el primer nadador en lograr un oro rebasada ya la treintena, sino que en sus últimos mensajes a la opinión pública no ha cerrado la puerta a continuar en la alta competición después de esta cita olímpica. Parece que nada a favor de corriente, que ahora en la vida todo le sonríe y no parece dispuesto a bajarse de esta ola.

«Me cuesta más recuperar, necesito cuidar mi dieta, afinar el descanso y un trabajo más exhaustivo de los fisioterapeutas, pero es normal», asegura el de Baltimore. De hecho, mientras se deshace de las hojas del almanaque, Phelps ha recortado a la mitad el programa con el que se presentó en Pekín. «Estoy convencido de que será uno de los atractivos de los Juegos», dice Rivera. Pocos lo dudan.