El Barcelona de Luis Enrique no conoce la derrota frente al Atlético de Simeone. Es más, seis enfrentamientos y otras tantas victorias. Unos precedentes que no concederían demasiadas opciones al conjunto rojiblanco de no ser porque, al fin y al cabo, solo una de las derrotas no fue por la mínima (3-1); el Atlético compitió e incluso, en el último, pese a acabar con nueve jugadores puso en serios apuros al conjunto culé. Simeone abjuró de la locura en la que Atlético y Barcelona convertían cada uno de sus duelos. Acabó con una diversión que casi siempre beneficiaba a su rival, pero no dejó de acumular derrotas.
El argentino parte del reconocimiento de la superioridad técnica y económica de un rival al que necesita desactivar para tener alguna opción; lo consiguió hace dos temporadas, cuando cosechó un empate en el Camp Nou y un triunfo por la mínima en la vuelta del Calderón, en la que ha sido la única victoria del Atlético sobre el Barcelona con Simeone en el banquillo. ¡Un triunfo en 18 partidos! Así que un cierto complejo y, ciertamente, unas cuantas dosis de realidad alimentan el tradicional amago de parálisis que sacude al Atlético en sus citas con el Barça; en la misma medida, que alientan la voracidad de un Messi que golpea al Atlético (25 goles en 28 partidos) de manera inmisericorde cada vez que se lo encuentra.
Así que, paradójicamente, ha sido el Madrid de Zidane el que ha insuflado un renovado ánimo en las huestes de un Cholo más convencido que nunca de que la única forma de doblegar al Barça es por la vía física. O que Messi se permita un respiro.