De la trinchera al reprís

a. bruquetas REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

JOSEP LAGO | AFP

El Madrid, que salió acobardado en la primera mitad, recuperó el vértigo tras el gol de Piqué

03 abr 2016 . Actualizado a las 15:40 h.

Fue como una reacción instintiva, de esas que nacen del escudo de la camiseta. Después de haber malgastado casi una hora de partido, donde el Barça controló el clásico al ralentí, el Madrid de Zidane despertó cuando era menos plausible: justo en el instante que se vio por debajo en el marcador. Llegados a ese punto, los futbolistas de Concha Espina debieron pensar que ya no había nada que perder. Se desataron del corsé y sometieron, incluso con un hombre menos, a un Barça de vuelo bajo, corto hasta en la pegada, lo que nunca le falla.

Excesivamente replegado

El Barça se hizo con la pelota sin esfuerzo, no tenía rival. La gran duda de este clásico era saber qué Madrid se presentaría en el Camp Nou, cuál sería el planteamiento de Zidane tras la goleada que recibió en la primera vuelta en su estadio. Solo fue preciso esperar treinta segundos para comprobarlo. Zidane dispuso a prácticamente todas sus piezas en campo propio. Es cierto que se vio a un bloque solidario y que le minimizó los espacios al Barcelona, pero durante un gran tramo del encuentro el Madrid presentó hechuras de equipo pequeño. Muy lejos de esa colección de estrellas que dibujaron en las oficinas de Chamartín.

Ritmo plomizo

Los de Luis Enrique, con la cabeza en el Atlético. El Barça se encontró con una pared cuando intentó estirarse, pero parecía que no le incomodaba que el enfrentamiento con el eterno rival discurriese a un ritmo plomizo. El conjunto de Luis Enrique, habitualmente repleto de movilidad, de asociación eterna y a toda velocidad, sin embargo, ayer se desplegó a medio gas. Quizás, con la Liga prácticamente sentenciada, los culés ya estaban dosificando para el choque que el martes tendrá en la Champions con el siempre pegajoso Atlético de Simeone.

Compromiso visitante

El Madrid no se descompuso ni al encajar el primer gol. Fue una de las diferencias con el partido del Camp Nou. El Real Madrid siempre creyó en el plan. Ni siquiera bajó los brazos cuando encajó el primer gol, que, de hecho, se transformó en un acicate para despegar. Con el orden que le imprimieron Casemiro, Kroos y Modric, de pronto, el conjunto blanco descubrió el reprís de Carvajal, la genialidad de Marcelo, el toque de Benzema, el desborde de Bale y la finalización de Cristiano. Sumó ingredientes para desequilibrar la balanza del clásico a su favor. El tanto del empate, les hizo creer. Aquel Madrid apocopado, en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en gigante.

La entrada de Jesé

Zidane lo colocó de nueve y aportó otra marcha. Después de que el partido entrase en ese intercambio de golpes que tanto le gusta al Real Madrid, Zidane retiró a Benzema, fundido en su tarea solitaria de pelear balones con la única certeza de que aunque los mantuviese unos segundos en sus pies acabaría rodeado por tres contrarios. Entró entonces Jesé, que ha recuperado el poderío físico que tenía antes de su lesión de rodilla y desde la posición de nueve desarmó aún más a la defensa del Barça. Luis Enrique no era capaz de que su equipo volviese al Camp Nou. Y acabó zarandeado, pese a que Ramos trató de echarles una mano.