El gran logro que supuso alcanzar la final de Wimbledon no se vio reflejado en el rendimiento ni en los resultados de los torneos siguientes de Garbiñe Muguruza.
La ruptura con Alejo Mancisidor, el entrenador que le ayudó a llegar tan joven a la élite del tenis mundial, tampoco transmitía sensaciones positivas en la evolución a corto plazo de la trayectoria de la deportista hispano-venezolana.
Sin embargo, en la reciente gira asiática, el buen torneo en Wuhan, donde solo cedió por indisposición en la final, y sobre todo su gran triunfo en Pekín han devuelto al primer plano de la actualidad a Muguruza, que con estos resultados se clasifica para disputar el Masters de final de temporada, a la vez que asciende al puesto número cuatro de la WTA, a un solo punto de Sharapova.
La victoria de Garbiñe es una excelente noticia para el tenis femenino español, ausente de la élite desde la retirada de Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez. Y lo es, también y sobre todo, porque las extraordinarias condiciones de Muguruza apuntan a lo más alto del tenis femenino mundial. Alta, potente, con unos golpes demoledores, atrevida, con victorias sobre casi todas las rivales del top-10, experimentada a pesar de ser la más joven de todas ellas, el liderazgo del tenis femenino en los próximos años está al alcance de su raqueta. Bueno, más que de su raqueta, de su cabeza, de su autocontrol, de su mentalidad.
En el pasado, Garbiñe perdió partidos que parecían ganados, por falta de determinación en los momentos importantes. En la actualidad, aunque ha mejorado mucho en ese aspecto, sigue faltándole regularidad y le sobran gestos negativos en la pista.
Tras la derrota en la final de Wimbledon ante Serena Williams ya comentábamos que debía mejorar el segundo saque y la finalización de las jugadas en la red para seguir progresando.
Si se equilibra y logra canalizar toda su energía en positivo, sus posibilidades no tienen límite. El próximo Masters puede ser una excelente ocasión para demostrarlo.
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