Las palabras y los muertos

Gaspar Rosety LA VOZ

DEPORTES

02 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Ha fallecido una buena persona y a todos nos surgen del alma las expresiones más bellas y cordiales. Nos resulta sencillo halagar a aquellos que se mueren después de haber vivido cerca de nosotros y que han llevado con dignidad la existencia humana. Me ha ocurrido con muchos más amigos de los que hubiera deseado. Muchas veces, pienso que residimos entre la soledad y la cobardía, escondidos de los sentimientos que nos impiden decir la verdad a las gentes que apreciamos e, incluso, amamos.

Me ha sucedido con Zoco y, recientemente, con el gran Vituco Leirachá; con el gerente de los gerentes, Fernández Trigo; con deportistas como Ballesteros, Juanito, Arteche, Fernando Martín, Petrovic; con  directivos como Ramón Mendoza, Irigoyen; con futbolistas, compañeros y amigos. Sin embargo, me pregunto qué ocurrirá cuando fallezca una de esas personas con las que la vida me ha enfrentado. ¿Seré capaz de sacar lo mejor de ellos, tendré valor para decirles lo mismo que les dije cara a cara o enjaularé mi pluma para ser correcto y no desafinar con la orquesta de plañidos y lamentos? ¿Actuaré con el amor de un buen cristiano o seré despiadado, generoso o cruel?

Digo que advierto un cierto fondo de cobardía porque somos poco dados a elogiar a los amigos cuando los tenemos cerca, cuando nos felicitamos la Navidad, compartimos mesa de trabajo o silla de bar, quizá para no sentirnos débiles. En una buen parte, escondemos la soledad, la timidez del espíritu, por si el elogio o la palabra afectuosa significan flaqueza, perlesía del corazón. El ser humano perdió la costumbre de decir a sus seres queridos que son, efectivamente, seres queridos, amados, valorados, tal vez admirados. Ni siquiera al cónyuge o a los hijos. Recuerdo la frase demoledora de un viejo amigo, que ya es amigo viejo: «Mi madre murió pero nunca me dijo te quiero». Aquel día decidí perdonar y excusar todos sus errores. Tal es la sensación que me queda, que parece que solo sabemos escribir bien de los muertos. Quizá el deporte nos enseñe grandes virtudes y sepamos perdonar y reconocer los méritos de quienes nos han odiado pero me da la sensación de que, aun así, aparecerá por encima del buen cristiano el pecador que todos llevamos dentro. Que Dios me absuelva.