Cuando llegué a Valladolid, Lalo García era un júnior que, dos temporadas más tarde, se había hecho ya con la plaza de titular. Por su pundonor, su carisma y su coraje. Era un jugador pura sangre, uno de esos tipos que quieres siempre a tu lado, en tu equipo. Un heredero del espíritu del gallego Quino Salvo, que había sido su ilustre y muy querido veterano. Como decía, era el júnior, pero nos adelantó a todos: fue profeta en su tierra y consiguió que su camiseta fuese la única retirada hasta ahora, en un club en el que tuvo como compañeros a gente como Sabonis, Oscar Schmidt o Corbalán, entre otros muchos.
Si algo lo definía era su buen humor, su alegría, su simpatía. Todos los que jugamos con él lo queríamos especialmente. La vida no se portó bien con Lalo. Le puso muchas trabas, quizá demasiadas para alguien con un corazón tan inmenso. La tristeza es hoy infinita. Solo puedo pensar en su madre, sus hermanas, sus hijos. Es horrible, es injusto. Descansa en paz Lalo.
Miguel Juane es presidente del Comité Galego de Xustiza Deportiva