Una muestra de que ni siquiera el fútbol es inmune a la globalización se puede encontrar en la eliminatoria que se aprestan a encarar el Real Madrid y el Bayern de Munich. En el siglo pasado, no hace tanto tiempo de eso, los dos equipos se ajustaban a un perfil bien definido, envueltos ambos en la bandera de la competitividad, más literario uno y más geométrico el otro. Ahora, los alemanes han retocado su estilo, sin perder la esencia, no son tan matemáticos. Y los merengues llevan tiempo buscando un molde en el que se sientan cómodos, pero no terminan de encontrar el tiempo necesario para que asiente.
El Bayern sigue siendo un equipo con mucho músculo, con las bielas bien engrasadas, industrial e industrioso, incluso algo arrogante. Pero combina ese sello con el ADN de su entrenador. Con Guardiola no busca la portería rival con un guion tan vertical como el de antaño, a veces para desesperación de Beckenbauer. Por contra, es capaz de tocar y tocar, y volver a tocar, sin perder nunca la paciencia. Y, a la hora de presionar, pocos planteles consiguen ahogar al rival con tanta precisión coral y tan arriba.
Los equipos de Ancelotti no son tan reconocibles por su fútbol como lo fue el Barça de Guardiola o ahora el Bayern. No obstante, el italiano ha sabido adaptarse a todos los entornos. Y en el Bernabéu todavía no ha dado con la tecla del equilibrio. Su Real Madrid tiene velocidad y pegada, pero descuida el juego sin balón y por ese flanco no ha dado la talla en las citas más exigentes de este curso.
Sea como fuere, la eliminatoria promete ser apasionante, sobre todo si el Madrid encuentra ese equilibrio que exhibe el Bayern. Y, salvo sorpresa, los técnicos se cruzarán elogios y no dardos. Mourinho va por el otro lado del cuadro.