Menchov, del drama a la euforia

DEPORTES

01 jun 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

El Giro derritió el hielo. Denis Menchov tuvo que rendirse a la emoción. Nunca antes había explotado de alegría en público. Era consciente de que los 14,4 kilómetros de la última crono fueron un viaje inesperado, con una parada dramática. Porque ayer la caída de Roma no fue otra que la del ruso. El portador de la maglia rosa acababa de superar la pancarta del último kilómetro. Navegaba sobre el firme mojado. Surcaba sin problemas una recta con el reloj a su favor sobre Danilo di Luca cuando se fue al suelo. La maquinaria del Giro se congeló por unos instantes. El ruso cambió de montura y se fue camino de la victoria. Compartió podio con Di Luca, que cedió 19 segundos con el líder, y Franco Pellizotti. Carlos Sastre concluyó en la cuarta plaza. El triunfo del día fue para el lituano Ignatas Konovalovas (Cervélo). La catarsis, para Menchov.

El líder del Rabobank se convierte en el tercer ruso que se impone en la ronda italiana, una conquista relativamente reciente para el ciclismo de su país. Eugeny Berzin venció en 1994 destronando a Miguel Indurain en plena época de esplendor del español. Y Pavel Tonkov se impuso en 1996.

Fichaje del Banesto

Menchov, salvo el entusiasta paréntesis de ayer, encuadra dentro del tópico de ruso frío y distante. Di Luca, en su lucha por arrebatarle el rosa, observaba el rostro del líder, escudriñaba su cara buscando un síntoma de debilidad, un gesto que lo invitara a un nuevo ataque. Pero su rival se mantenía impertérrito, con un carácter fiel a sus raíces. Nació en 1978 en Orel, una población situada en una zona agrícola a unos 360 kilómetros de Moscú. Pero vive en Navarra. Porque llegó a España en 1998 como una de las perlas del Banesto de José Miguel Echavarri y Eusebio Unzué. Los navarros lo ficharon de un equipo aficionado ruso convencidos de su potencial.

En el 2001 ganó el Tour del Porvenir. Parecía un nuevo producto manufacturado a largo plazo por Echavarri y Unzué para continuar con su particular conquista francesa. Los resultados lo avalaban. Pero en el 2004 el proyecto se rompió. El Rabobank exprimió su talonario para llevarse a la joya del Banesto.

El olfato de Echavarri y Unzué no falló. Menchov era un corredor con madera suficiente para arder durante tres semanas. Fue proclamado ganador de aquella Vuelta que perdió Roberto Heras lejos de las carreteras, por un positivo. Pero después se impuso en la del 2007. Esta es la tercera grande para Menchov. Aunque, desde hace años, su obsesión es el Tour, una carrera que hasta ahora solo le ha dado disgustos. El mayor, el vivido en la edición del 2007, cuando su compañero Michael Rasmussen, portador del maillot amarillo, fue expulsado del Rabobank y de la carrera. Al día siguiente, Menchov abandonó la prueba por problemas físicos. Sin fanfarrias. A su modo.

No es de extrañar que Menchov, habitualmente inexpresivo, se debatiera ayer entre las risas y las lágrimas. En esta edición de la ronda italiana el Rabobank ha transitado por distintos caminos. Entre ellos, el de la tragedia. El compañero de habitación de Menchov, Pedro Horrillo, sufrió una caída gravísima que con toda probabilidad lo alejará para siempre del pelotón profesional.

Lance Armstrong

Después de aquella jornada de angustia y ante el previsible baile del circuito urbano de Milán, el pelotón decidió protestar. Lance Armstrong (Astana) fue de los más beligerantes. Jamás había corrido el Giro. Y llegaba tras haber superado una fractura de clavícula sufrida en la Vuelta a Castilla y León. A sus 37 años y tras un parón deportivo de tres, descubrió con disgusto las gincanas de las llegadas italianas. Llegó a Venecia como una estrella de cine. Sufrió en la montaña, se cayó, ejerció de gregario inexperto para un decepcionante Levi Leipheimer, que parecía llamado a suceder a Alberto Contador en el palmarés. Acabó en la duodécima plaza de la general, un gran puesto, aunque de Armstrong siempre se espera más. Parece más humano. Menchov también, aunque en otro sentido. El Tour decidirá su dimensión.