El fútbol celebra el vigésimo aniversario de la jugada más sublime de un Mundial, el mismo día que bajó «la mano de Dios»
21 jun 2006 . Actualizado a las 07:00 h.Diego Armando Maradona regateó a Inglaterra hace hoy veinte años. El 22 de junio de 1986 el Pelusa hizo lo más parecido a driblar a todo un equipo, camino de las seminfinales del Mundial de México. El fútbol celebra el aniversario de una jugada sublime. Quizá la más estética de una Copa del Mundo, contrapeso de la astucia con la mano que había valido el primer tanto de un partido que acabó 2-1. El gol del siglo, según el mundo; y «la mano de Dios», según su autor. Una estatua recuerda la proeza en el estadio Azteca, donde 115.000 privilegiados se frotaron los ojos tras un momento mágico. «La jugada fue tan brillante como perfecta», recogió La Voz al día siguiente, cuando Felipe González festejaba su segunda mayoría absoluta en las elecciones generales. «Toda Inglaterra en el camino, la pelota en el arco, ¿qué más? Hay otro gol histórico en el mismo partido, con la mano de Dios. Como robarle la billetera a los ingleses, éste; como vengar a los pibes de Malvinas, aquél», definió hace tiempo Maradona. Porque el triunfo de Argentina se convirtió en una simbólica revancha de la guerra de las Malvinas. «Porque era como ganarle más que nada a un país, no a un equipo de fútbol. Si bien nosotros decíamos, antes del partido, que el fútbol no tenía nada que ver con la guerra de las Malvinas, íntimamente sabíamos que habían muerto muchos pibes argentinos allá, que los habían matado como a pajaritos... Y esto era una revancha, era recuperar algo de las Malvinas», cuenta en sus memorias «Yo soy el Diego». El primer gol con la mano evocó al chico travieso que era Maradona; y el 2-0, al niño que regateaba sin parar en Villa Fiorito, donde intentaba jugadas imposibles. Jorge Valdano, quien acompañaba la jugada esperando un pase que por suerte nunca llegó, lo vio así: «Danzó y salió como un proyectil enloquecido. Con el balón, el cuerpo y su velocidad dio gato por liebre a cinco súbditos del imperio británico y puso un gol maravilloso en la memoria de todos. Inglaterra y Argentina jugaban uno de esos partidos de quedarse o irse. Calor, polución, altitud. Miraban millones. Tensión, miedo, emoción. Ya saben. De pronto, el Negro Enrique va a Maradona y le pasa el balón en corto, pura burocracia. Lo recibió en el callejón del ocho, de espaldas a la portería contraria, con un inglés a cada lado todavía en su propio campo. Controló, giró y se metió contramano por una autopista que sólo un chiflado podía trazar. Quedaban algo más de cincuenta metros y muchas curvas; le esperaban tipos duros, pero nobles. Empezaba la gran antología del regate: belleza, asombro y un final útil. Diez segundos, diez toques: un héroe con el número 10». Mientras gambeteaba , el Diego recordó una proeza similar. Pero que no había terminado en gol en un Inglaterra-Argentina en Wembley en 1981. Entonces, había eligido tirar antes de driblar al meta, y el balón se escapó fuera. Su hermano El Turco lo abroncó después, y en México eligió burlar a Shilton. «Si lo cuenta algún pariente mío, siempre aparece un inglés más; si lo cuenta Cóppola [su mánager], [el entrenador] Bilardo me había dado la noche libre el día anterior y yo volví para el partido, al mediodía... No, en serio: creo que es el gol soñado», evocó Maradona. Y era cierto.