Silencio por favor, un músico está tocando

Javier Becerra
Javier Becerra REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Un referente. La sala Torgal de Ourense es famosa a nivel nacional por el inmaculado respeto con el que el público trata a los artistas. En la imagen, un recital de Joan Shelley del año 2018. Santi M. Amil
Un referente. La sala Torgal de Ourense es famosa a nivel nacional por el inmaculado respeto con el que el público trata a los artistas. En la imagen, un recital de Joan Shelley del año 2018. Santi M. Amil Santi M. Amil

Artistas y público sufren en Galicia el problema de aquellos que hablan en los conciertos, ajenos a estos. Algunas salas están tomando medidas

15 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La escena tuvo lugar el 17 de octubre del 2021. La cantautora Silvia Penide daba un concierto en la sala Mardi Gras de A Coruña. Aún regían las restricciones de la pandemia. Acudir a conciertos así —con mascarillas, limitaciones de aforo, sillas y distancias de seguridad— era casi un acto de fe. No impidió que dos asistentes se pusieran a conversar en voz alta, molestando al resto de los espectadores. Algunos empezaron a pedir silencio. Ellas seguían. La demanda de respeto subió de tono. Cuando la situación se encaminaba a la bronca, el programador de la sala, Tomi Legido, les dijo que se fueran. El resto del público lo ovacionó. Penide se ríe al recordarlo: «Vengo de los bares y estoy curtidísima, porque he vivido todo tipo de situaciones. Pero ese día llegó al límite. Me decían los de la sala que, con todo lo había pasado por allí, tenía que ser una cantautora la que provocase la primera expulsión, muy punk».

En esa misma sala es en la que acaba de surgir una singular iniciativa para ponerle freno al problema. Desde hace unas semanas guardan un cartel tras la barra con un mensaje: «Sshhh!». Y un agradecimiento en varios idiomas. Lo sacan cuando entre el público aparece un grupo desconectado del concierto e impidiendo que el resto escuchen a la banda que actúa. «Lo hemos usado ya y la gente reacciona bien», asegura Legido, muy beligerante con un problema que sufre el público, pero también los artistas. «Cuando te ves en una situación así, con la gente hablando, te planteas si lo que haces tiene algún sentido», comenta Pablo Seijas, músico de formaciones como Neno, Los Players, Combo Viramundo o su proyecto junto a Lúa Mosquetera.

Seijas llegó a encararse con el público por ese motivo. «Tomé esa decisión alguna vez, y, seguramente, fue muy mal por mi parte —reflexiona—. Pero, claro, es una sensación muy difícil de gestionar porque estás sensible y expuesto. Te descentra mucho ahí que la gente hable». Con el tiempo, ha reflexionado sobre el tema: «Estás en un bolo gratuito y tú te pones en plan: “Es que esta gente no respeta la cultura”. Pero es que esa gente no está en un momento de recibir cultura. Bajó a un bar por ocio y, de repente, hay un tipo cantándoles y pidiéndoles atención». Parte del problema se soluciona con el paso por taquilla: «Eso no me pasa cuando hago un concierto pequeño con entrada. La gente va porque le interesa. A lo mejor, un día alguien puede hablar porque esté un poco borracho o tal, pero es muy raro».

Hay voces que apelan a la habilidad para lidiar con el problema. El vigués Óscar Avendaño es un veterano que formó parte de Siniestro Total y ahora lidera The Bo Derek's: «Yo defendía que el artista tiene que saber manejar al público para que se calle. Si no consigues reunir la atención suficiente y aburres, es normal que el público hable y se te vaya de las manos. Eso a veces pasa». Sin embargo, subraya que ahora el problema se encuentra en el mismo punto de partida. La actitud lo vicia todo: «Ves conciertos en los que en ningún momento el público está prestando atención. Y no lo digo solo como músico. Vas como espectador y cuesta atender, porque la gente entra ya hablando y no se calla. Así es imposible que nadie se gane a nadie».

Lejos de lo que exige un auditorio, las salas y festivales permiten un mayor relax en las formas. «Nadie habla aquí de no poder cantar las canciones o comentarle al de al lado que el grupo está tocando guay. Pedimos silencio al pesado que está contando allí su vida y sus problemas con la hipoteca», explica Legido. Además de los gratuitos, apunta otro problema: «Muchos invitados, barullo asegurado —resume—. Curiosamente, muchas veces son músicos invitados, que son los que más van a hablar y están allí por compromiso para que se les vea que han cumplido».

En los festivales, donde se suele fomentar la cultura del hedonismo y el disfrute, el problema se acrecienta. «Aí é moito peor ter a xente conectada. Non se me ocorre facer o mesmo concerto nun teatro que nun festi. Eu poño os cascos e tiro para adiante», admite Guadi Galego. Apela a la autoeducación: «Hai que darse de conta de que quen está aí no escenario quere dar o mellor de si. Ás veces, vas ver algo con interese, pero tes a tres dando a chapa ao teu lado. Iso impide calquera conexión co que ocorre no escenario».

«Conseguimos que la gente esté callada a base de educar e insistir, perdiendo muchos clientes e incluso amigos»

La sala Torgal de Ourense se ha hecho un nombre en el panorama nacional gracias a su cuidada programación. Pero también por el inmaculado respeto con el que el público trata a los artistas, escuchando en silencio sus recitales. Por eso, pese a tratarse de un local pequeño, muchos artistas que normalmente se mueven en aforos superiores no dudan en actuar allí. «No se consigue siempre al 100 %, pero sí que es cierto que aquí la gente está más callada que lo que puedes ver en otros sitios», explica David Pedrouzo, copropietario del establecimiento. ¿Cómo lograron el milagro? «Lo conseguimos a base de educar e insistir, aguantando choteos, perdiendo muchos clientes e incluso algunos amigos. Se trataba de hacerle entender al público que el formato que nosotros proponemos solo es posible si hay un respeto mayoritario hacia lo que está pasando. Si no, no tiene sentido. Si dejas eso al libre albedrío, se convierte en un gallinero». ¿Hubo que echar a alguien? «En plan “fuera de aquí”, una o dos veces, pero eran más casos de gente bebida que estaba molestando».

La artista viguesa Sila Lúa disfrutó recientemente allí de ese silencio. «¡Uy, muy buena onda ese público! —rememora—. Yo creo que tiene mucho que ver con los programadores y cómo cuidan las cosas. Por ejemplo, este año estuve en el festival WOS de Santiago y pasó lo mismo. La gente va a descubrir cosas y, aunque no te conozcan de nada, está receptiva y es respetuosa. A la audiencia también hay que educarla». Como artista emergente —en 2022 lanzó Rompe y este año se espera su segundo trabajo—, se ha visto muchas veces en situaciones hostiles: «A veces no te conocen o estás de telonera de otro artista. Pero hay que torear en todas las plazas. Si consigues mantener la concentración y dar tu concierto, eso te hace callo, y a veces terminas captando su atención».

Tocar ante varias decenas de cotorras que lo enfangan todo le ocurre también a los consagrados. Carlos Landeira, programador de la salas Inn y Playa Club de A Coruña, recuerda un acústico de Cristina Rosenvinge hace años. «Lo cuidamos al detalle. Pusimos por las pantallas que la gente estuviera en silencio, y no surtió efecto alguno», recuerda. Dice que, lejos de ser un problema actual, ocurre desde siempre: «Es gente que desconecta y se vuelve poco empática. Pero, por mi experiencia, en el 80 % de los casos, la situación la reconducen el artista y el público de manera natural, sin más problema».