«La colmena», de España a Argentina

Adolfo Sotelo Vázquez

CULTURA

El escritor gallego Camilo José Cela, retratado en 1947.
El escritor gallego Camilo José Cela, retratado en 1947.

El investigador Adolfo Sotelo Vázquez relata la odisea de cinco años que vivió Cela hasta la publicación de la novela. Este lunes 17 de enero se cumplen veinte años del fallecimiento del escritor padronés

17 ene 2022 . Actualizado a las 16:03 h.

Cuando en la primavera de 1966 Cela publica en su prestigiosa revista Papeles de Son Armadans el texto Historia de unas páginas zarandeadas, es parco en informaciones sobre el camino que La colmena hubo de recorrer desde su presentación a la censura el 7 de enero del 46, para su publicación inmediata en las barcelonesas Ediciones del Zodíaco, hasta que vio la luz en Buenos Aires (Emecé, 1951). Algunos bigardos consiguieron frenar la edición del 46. No así la censura argentina que, aunque mareó bastante al escritor, quien había leído la última versión de su novela con los cinco sentidos en enero de 1950, permitió que «el libro pudiese publicarse en una versión bastante correcta». Era la primera edición de La colmena.

Dos días después de presentarla a la censura, Cela con insensato optimismo escribe a Carlos F. Maristany, propietario de Ediciones del Zodíaco, acerca de varios detalles de la inminente edición: la sobrecubierta correrá a cargo del dibujante Juan Esplandiú, el texto debe tener blancos —«Céline lo hizo en Mort à crédit y queda muy… misterioso», le dice— procedentes de los párrafos suprimidos «a petición de los editores» [en realidad, el cebo que utilizó para la censura] y finalmente una tirada de 10 ejemplares «privada, secreta, con el texto completo».

El último de enero —ya es papá— escribe de nuevo a Maristany, antes de salir para la estación de Atocha a despedir a Dionisio Ridruejo —«que hizo todo lo que pudo por mi novela»—: la censura ha varado la edición de La colmena, pese a la tenaz resistencia de Cela y a la rendija de optimismo que le filtra Maristany, según la cual los tiempos del ministro Arias Salgado estaban liquidados. No fue así, y por esos mismos días empieza a explorar su posible edición en Hispanoamérica y dado que conoce que José Antonio Giménez Arnau acaba de publicar en Buenos Aires una novela bajo el marbete de La colmena, le confiesa a su editor barcelonés: «Pienso llamarla Asfalto vagabundo, nombre, quizás, de novela social norteamericana, pero que a mí se me antoja hermoso e incluso intencionado». Fue un pensamiento fugaz, si bien ofrece importantes claves sobre la génesis de la gran novela, sobre lo que por esas mismas fechas Cela llamaba con reticencia «el cuarto de las ideas».

Mientras tanto, intenta una edición de bibliófilo, que prepararía Ediciones del Zodíaco, pero para mediados de marzo la censura la rechaza de plano. Cela, incansable, le manda copias a Maristany para ver de colocarla en el extranjero, camino plagado de dificultades. El escritor padronés, no obstante, resiste e inicia una insólita aventura de las que el autor llamó «páginas zarandeadas»: la preparación de una edición clandestina de La colmena, idea que le habían ofrecido dos empresarios catalanes y que en una carta del primero de abril —«privadísima, secreta y escrita para ser echada al fuego o guardada con siete llaves, después de leída»— que le remite a Maristany se consolida. Cela y Maristany están de acuerdo: van a preparar una edición clandestina. Con todo lujo de detalles el escritor gallego le expone el proyecto de la edición en las prensas de Zodíaco, con el «bonito pie» de «Aux Editions du Cocu d’Or» en los talleres parisinos de «Richelieu et sa belle soeur». Está convencido de que la venta será automática y generosa: un negocio para Zodíaco y para sí mismo. Al tiempo que con cierta sorna le dice: «Me parece algo ridículo que dé consejos a un catalán sobre estraperlos».

Pepiño Pardo, paisano

Maristany bautiza el original de la novela como Pepe, Cela con sentido del humor le escribe (22-IV): «Bien, le llamaremos Pepe. A mí me hubiera gustado más Sebastián o Gumersindo, pero me sacrifico y acepto Pepe». Cela, como es habitual, quiere atar todos los cabos y busca el consejo de su paisano Pepiño Pardo, futuro director de la editorial Noguer (que publicó la primera edición oficialmente española de la novela en 1963), y en aquellos días delegado en Barcelona tanto de Propaganda como de Información y Turismo. Pardo le aconseja que Le Cocu no fuera a librerías, porque «hay agentes especializadísimos en Barcelona que suelen comprar enteras —y muy caras— cocus de 100 a 150 ejemplares». Por muy diversas razones, la edición clandestina no alcanzó un buen puerto, pese a que a finales del verano del 46 Maristany le comunica que el original «está en manos de su posible impresor, hombre de entera confianza», y le solicita que suprima algún párrafo de conspicuo lesbianismo. Pasaron las semanas y Pepe no vio la luz como La colmena.

Aunque Cela siguió siempre muy de cerca las fortunas y adversidades de sus obras, lo cierto es que desde el verano del 46, y para ocuparse de las posibles traducciones de sus libros (sobre todo de La familia de Pascual Duarte), echó mano de la agencia literaria barcelonesa Universitas, cuya propiedad y dirección era del profesor Hermann Stock, tal y como certifica el muy interesante texto Andanzas europeas y americanas de Pascual Duarte y su familia, que Cela redactó en 1951. En la aventura editorial de La colmena Stock tiene un papel importante, dado que Cela le encargó a lo largo de 1947 la gestión de la publicación de la novela en Argentina. Después de diversos intentos y aun reconociendo el valor de la obra, tres editores argentinos, amparándose en la crisis aguda que vivía el sector, concluyen que no se puede llevar a cabo la publicación en esos momentos. Cela aceptó el fracaso y dedicó parte de su tiempo a rehacer el manuscrito del 46.

El «no» de Sudamericana

Al finalizar la primavera del 49 Cela le comunica a Stock que ha acabado la versión definitiva y que tiene preparada una copia mecanografiada que le remite de inmediato, con la finalidad de «que gestione usted la edición con alguna casa de México que le merezca garantía», dejándole que negocie las condiciones del contrato. El 2 de julio Stock le dice que ha entregado la copia a Antonio López Llausàs, gerente de la Editorial Sudamericana, fundador de Edhasa y «que tiene al mismo tiempo una casa editora en México bajo el nombre de Editorial Hermes». A finales de agosto, el escepticismo de Cela se confirma, porque sabe no solo que Hermes ni siquiera se ha interesado sino que el futuro editor de Cien años de soledad (López Llausàs) opinó que La colmena era «demasiado madrileña para poder gustar en América del Sur». Sudamericana rechazaba La colmena. Diez años después suspiraría por ella.

El que resiste, gana. Por propia iniciativa, Cela ofrece el 15 de febrero de 1950 a la casa editorial bonaerense Emecé el original de La colmena. Ya había publicado en la primavera del 45 la tercera edición del Pascual Duarte (con importante intervención de Blanco Amor) y estaba preparando la sexta. Cela envía el original el 18 de marzo a Enrique J. Nölting, administrador general, con una certera confidencia: «De mis cuatro novelas, creo que esta es la más importante. He trabajado en ella varios años y la he escrito —de principio a fin— cinco veces». El proceso editorial fue rápido, con algunas concesiones a la censura y con los favores del peronista Hipólito J. Paz, ministro de Relaciones Exteriores de la República Argentina. El 21 abril de 1951, Nölting le remite 50 ejemplares. La aventura había finalizado. La colmena comenzaba una carrera de excepcionales reconocimientos de la crítica literaria y de los lectores.

Adolfo Sotelo Vázquez es catedrático de Literatura de la Universidad de Barcelona