Stephen Crane visto por Paul Auster

G. Novás REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

La biografía del autor de «La roja insignia del valor» llega hoy a las librerías

01 sep 2021 . Actualizado a las 09:06 h.

¿Quién da más? El comienzo de la temporada literaria anuncia los nuevos libros de Haruki Murakami, Don Winslow, Lobo Antunes, Margaret Atwood, Stephen King, Joyce Carol Oates, T. C. Boyle, Ken Follett, Jonathan Franzen, J.K. Rowling y Martin Amis, entre otros muchos autores. Pero, ¿quién arriesga más en los umbrales del otoño, en esta rentrée littéraire de campanillas? ¿Quién busca romper sus límites entre esta pléyade de consolidadísimos escritores de ventas millonarias? Quizá haya que ir tras Paul Auster, que después de aquel tour de force de mil páginas que era 4 3 2 1 (2017), cuatro años más tarde, ofrece otra heterodoxa narración de mil páginas, esta vez sobre el mítico escritor estadounidense Stephen Crane (Newark, Nueva Jersey, 1871-Badenweiler, Alemania, 1900).

El texto combina las herramientas el ensayo biográfico con leves dosis de ficción para trazar un recorrido por la vida y la figura del autor de La roja insignia del valor (1895) pero también es un viaje por un tiempo en el que EE.UU. maduró como país y dejó de ser solo aquella tierra agreste y violenta de pioneros (y nativos) para convertirse de modo acelerado en uno de los Estados más modernos y pujantes del planeta. «Los años de Crane -subraya el editor- son también una época irrepetible en la que el país se prepara para dejar atrás la América del Salvaje Oeste para convertirse en la potencia capitalista que dominaría el mundo durante el siglo XX; una época de prosperidad que, sin embargo, esconde un pasado sin resolver marcado por el comercio de esclavos africanos y la matanza de indios, y que tiene por delante los primeros movimientos sociales y las reivindicaciones sindicales».

Curiosamente, también en el 2017, el prestigioso galardón Man Booker premiaba la novela Lincoln en el Bardo, en la que George Saunders jugaba con un tablero similar pero con unos presupuestos diferentes, desplegando una audaz red narrativa desde 1862, en medio de la guerra de secesión, cuando el hijo de doce años del presidente muere después de caer gravemente enfermo. El entierro del pequeño Willie despierta los absorbentes ecos de la luctuosa vecindad del cementerio en Georgetown.

Narrador infravalorado

La historia en Auster cobra un matiz claramente menos intimista, imaginativo y poético. En los primeros pasajes de La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral), el propio autor expone algunas de las razones que lo mueven en este elefantiásico proyecto, y que tienen que ver con su admiración por el protagonista, al que cree que el devenir del tiempo ha arrumbado en un rincón -apenas académico-, infravalorando de manera muy injusta su genial talento: «Me da la impresión de que Crane está ahora en manos de los especialistas, licenciados, aspirantes al doctorado y catedráticos de Literatura, mientras que el ejército invisible que forma el llamado lector general, es decir, quienes no son ni universitarios ni escritores, los mismos que aún disfrutan leyendo a clásicos consolidados como Melville y Whitman, ya no leen a Crane». Es curioso porque, en su momento, la publicación de La roja insignia del valor -hito mayor de las letras antibelicistas- recibió una acogida de éxito solo comparable -anota Auster- con la que Francis Scott Fitzgerald logró en 1920 con A este lado del paraíso.

Será por ello que en el libro, además de la fascinante y corta vida de Crane -murió de tuberculosis a los 29 años-, también repasa y analiza su innovadora obra, intrínsecamente relacionada con su cercanía al barrio, a las gentes de existencia miserable, con los bajos fondos, la corresponsalía periodística de la Guerra de Cuba, el naufragio que casi lo lleva a la tumba -y al final así sería, porque como consecuencia contrajo la tuberculosis-, su combate contra los abusos de la policía -su respuesta de acoso lo llevó al exilio europeo-, su amistad con Joseph Conrad...

En fin, una vida única, rutilante y fugaz la de Crane para edificar un monumental y vibrante ensayo que de tan excesivo amenaza con fagocitar al lector.