Juan Marsé, autorretrato sin piedad

Miguel Lorenci MADRID / COLPISA

CULTURA

QUIQUE GARCÍA | EFE

El Cervantes fustiga en sus memorias a sus enemigos y abomina del «procés»

15 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante años Juan Marsé (Barcelona, 1933-2020) lo apuntó casi todo. Llevó un dietario para unas memorias que jamás abordaría, y cuyas anotaciones llegan ahora sin filtros al lector. Notas para unas memorias que nunca escribiré (Lumen) descubre todos los perfiles del escritor y premio Cervantes en el 2008. Marsé ante su espejo, a calzón quitado y sin piedad. Mordaz o tierno, sulfúrico con sus enemigos y generoso con sus amigos, alegre o deprimido, condena la deriva secesionista del procés y cualquier patriotismo. Expresa su hastío de la novela negra, vierte ácidos juicios sobre el periodismo, el cine, la política y muchos colegas, o declara su admiración por el trasero de Jennifer López.

«Es el más íntimo y despiadado autorretrato del escritor», dice Ignacio Echevarría que prologa y anota las más de 400 páginas que recrean el diario que Marsé llevó con rigor a lo largo del 2004 y las libretas que anotó más caóticamente entre el 2006 y el 2019. Marsé se las entregó de mala gana a la editora María Fasce, pero revisó las galeradas en sus últimos meses de vida. Las dejó «listas para ser publicadas». Quiso hacerlo en vida, pero aparecen antes de que se cumpla un año de su muerte.

Marsé se impuso rellenar a diario la columna de una agenda, y cumplió su propósito cada día del 2004. En las libretas posteriores alternó con dibujos eróticos, caricaturas o collages sus opiniones sobre lo que le irritaba o sobre sí mismo. Se reconoce «desinteresado, perezoso e inculto, sin fe en mí, desmemoriado y falto de verbosidad, ingenio o y agudeza».

Sin pelos en la lengua ni en la pluma, fustiga a colegas como Javier Marías, dueño de «una inteligencia descapotable y un ego a piñón fijo» o Luis Goytisolo, que usa «demasiadas palabras para decir muy poco». Bajo el título Prosistas, adjetiva con sorna la prosa de otros escritores: «campanuda» la de Camilo José Cela; «sonajero» la de Francisco Umbral; «pringada» la de Javier Marías; «resabiada» la de Javier Cercas; «insolvente» la de Carlos Ruiz Zafón; «ensotanada» la de Juan Manuel de Prada o «tricotosa» la de Marguerite Duras.

Se sentía «ninguneado en Cataluña por escribir en castellano», y «no querido en el Reino Unido por ser catalán», según escribe en enero del 2004, mucho antes del frenesí secesionista que demonizó. «No soy nacionalista, no soy patriota, no soy catalanista ni españolista, no soy nada de eso. Solo soy -para entendernos- un rendido admirador del trasero de Jennifer López», anota el 14 de octubre del 2014.

«A veces tengo dudas acerca de si la independencia de Cataluña, que nunca he deseado ni apoyado, sería tal vez conveniente, deseable y justa. De lo que no tengo duda es de que los patriotas catalanes que la promueven hoy son unos perfectos carcamales y no me merecen el menor respeto». Ir de frente y por derecho le costó enemistades y palos. Dejó el jurado del premio Planeta tras afirmar que la calidad de los originales era «subterránea» el año que ganó María de la Pau Janer (2005). Un año antes se negó a votar a las finalistas, entre ellas, «la infame novela de Lucía Etxebarría».

De fútbol también opinó: «Es más que un club, por supuesto: es un antro, una mafia presidida por Bartomeu», dijo del Barça. «Cada vez me siento menos mediático, y me interesa menos eso que llamamos la vida pública, que en España está llena de intolerancia, exasperación y estupidez. Jamás entraré en las redes sociales, ni móvil tengo», confesó en el 2016.

«Escritor invisible»

Como a su amigo Jaime Gil de Biedma, a Marsé le importaban «el amor, la amistad, el sexo, la escritura y el paso del tiempo», y le mortificaba saber «que tenía los días contados». «Empiezo a sentirme desleído, desencuadernado y descatalogado», anotó en otoño del 2018. Se sentía agotado por la diálisis y el declive físico. No podía tirar del hilo de los aventis, esas imágenes e ideas seminales que fueron el motor de sus novelas. Sin desafíos narrativos, se refugió en las libretas y en ellas anticipó un posible epitafio. «Por fin soy el escritor invisible que siempre quise ser».