Espido Freire entreteje en varias capas historias de crisis en su última novela, «De la melancolía»
08 nov 2019 . Actualizado a las 20:43 h.La última novela de Espido Freire (Bilbao, 1974), De la melancolía, es un texto reposado, un rumor lejano, que es como su protagonista, Elena, describe la llegada de la depresión. Empezó a nacer hace cinco años como la historia de Lázaro, un represaliado de la Guerra, pero luego fue cobrando más fuerza la crisis de Elena
-Es la historia de una depresión, pero también de los últimos diez años de España. Es un reflejo de la crisis económica.
-Para mí, si una novela tiene intención de perdurar en el tiempo, tiene que permitir una lectura a varios planos. La más anecdótica, la más inmediata, es la que están haciendo la mayor parte de los lectores: una mujer en un momento de crisis, personal y externa, con una importante depresión y de ahí a ver como salimos. Pero hay un segundo plano, que es el de la crisis como un metáfora de la imposibilidad de los humanos de controlar su destino y hay una tercera que es la que estás comentando. Todos, frente a según que circunstancias en los últimos años, hemos sentido que o reinventábamos según qué valores y actitudes o nos quedábamos en algún lugar oscuro, desasidos del mundo o desprotegidos. A mí me interesa llegar a esa tercera lectura.
-A lo que hace Elena, que es alquilar habitaciones, se le ha bautizado como coliving. Quedarse en casa porque no hay dinero es nesting... ¿Estamos creando un neolenguaje para sobrellevar la pobreza?
-Sí, se llama hiprocresía [ríe]. Es que la confianza con la que vivimos es totalmente diferente. Cuando hoy no tenemos mucho pero es que mañana no sabemos si tendremos eso, es cuando comienza un miedo a la hora de pisar fuera de casa. Ese fuera de casa es físico, es el hecho de gastar, de salir, de viajar... y es también psicológico. Va unida la idea de relacionarse con los demás e interactuar con la idea de quiénes somos y cómo de seguros estamos. Entonces, lo preocupante de las circunstancias de crisis económica no es la crisis económica en sí. Al cabo de unos años, hasta ahora los países se han ido recuperando y si no se han ido recuperando han sobrevivido, y si no han sobrevivido ha habido una cierta decadencia pero el individuo sí ha sobrevivido. El problema es todo lo que se va perdiendo por el camino. Yo entré en la universidad con la crisis del 93, y en Euskadi antes habíamos tenido la siderúrgica.Cuando por ejemplo se nos marcha una fábrica o un centro de economía que vinculaba a toda la región, ¿qué ocurre ahí? No solamente ocurre una depresión económica. Ocurre que los jóvenes que tenían más o menos solventado el paso inmediato se pierden. Salen emprendedores y llegan oleadas de droga, o de adicciones, o de cualquier otra cosa. La gente migra. Con la emigración se pierde el vínculo con la realidad del lugar de origen porque se comienza a idealizar y al mismo tiempo también se demoniza. Y por otro lado las relaciones entre géneros cambian. Si hay mayor igualdad económica también la hay entre géneros. A mí lo que me interesa es todo eso, que es una materia literaria y no tanto una materia económica.
Lo preocupante no es la crisis económica en sí. Es todo lo que se pierde por el camino
-Hablando de jóvenes, uno de los personajes que alquilan en casa de Elena es Vanesa, una millennial. Somos una generación que se retrata con miedo a crecer, pero lo que ocurre es que la crisis nos ha dado con la puerta de la adultez en las narices.
-Me da la impresión de que vuestra generación esta harta de juicios externos y creo además que tenéis toda la razón. Cuando yo tenía tu edad escribí Mileuristas, que era la respuesta a una generación que era mucho mayor, sobre todo en número, la de lo babyboomers, que nos estaban diciendo a nosotros que éramos unos seres pasivos, que habíamos estudiando y total para quedarnos en casa... Ese juicio que vosotros padecéis lo vivimos nosotros. Además nos enfrentábamos a una situación en la que se tenía una carrera pero ya no valía. El mileurismo no era tanto ganar mil euros, eran las expectativas, que nos habíamos esforzado llegar a otro tipo de circunstancias y esa circunstancia no iba a llegar. Ahí yo insinuaba también en algunas de las páginas que ya podíamos tener un emprendimiento propio y buscarnos la vida de otra manera, porque el sistema, antes o después iba a colapsar. No pensaba que por lo que colapsó, pero pensaba en inversiones económicas en inmobiliaria, en la renovación generacional... Me encuentro con que han pasado 15 años, la percepción de la juventud es la misma y nosotros no hemos conseguido llegar a donde queríamos llegar.
-Pero hace 15 años ser mileurista era ser pobre y hoy casi es tener un buen salario.
-Aquí no era tanto ese dinero como el problema de las expectativas, que sigue siendo el mismo. Con una diferencia, que es que la tecnología permite abrir según que puertas pero también está eliminando a toda velocidad puestos de trabajo que antes existian., Y por otro lado también con un cambio de percepción del mundo, que es el lógico, que tiene que ver con la sobreprotección y que hay determinada terminología que para nosotros era básica que ya no manejáis. Habéis tenido un sistema educativo diferente, que impusieron los mayores, que no habéis elegido vosotros, y ahora os piden responsabilidades. Vanesa, analizada desde fuera, es una millennial típica. Cuando ella te cuenta su historia, tienes que callar la boca. Y es mi pequeño homenaje a una generación más joven que miro con muchísima simpatía y que me parece que lo tenéis difícil, pero que tenéis tanto que aportar y tanto que enseñarnos como la generación más mayor. Y esto no es peloteo ¿eh? [sonríe].
-Por una vez es agradable otra lectura de la generación millennial.
-Es que además es muy divertido, porque muchas de esas acusaciones os las hace gente que hace 15 años nos acusaban de lo mismo: lo de los cómics, los juguetitos, y la game boy se inventó para nosotros. Nosotros somos esa generación que después vosotros habéis continuado con pequeñas variantes. Y la mía es la generación que no tuvo hijos con 25 ni con 30 ni con 35, y eso vuelve a aparecer en la novela, y que con 40 y 45 empieza a plantearse qué puede hacer con la maternidad. Y a veces no se puede hacer nada. Es verdad que muchas mujeres no queríamos tener hijos jóvenes, yo de hecho no he querido tener hijos, pero muchas mujeres no se lo podían plantear por una cuestión de responsabilidad ética. El puesto de la mujer en el mundo y en la sociedad está todavía ahora en un debate constante y entrar en un modelo convencional de maternidad la mayor parte de las mujeres lo encuentran limitador y lo encuentran un retroceso al que pueden estar dispuestas a ceder durante unos años por el bien de una familia y por el bien de unas criaturas. Pero nosotras no estamos en esa situación, vosotras no estáis en esa situación. La maternidad, con todo lo enorme que es a nivel emocional, es tremendamente desventajosa para la mujer si esa mujer quiere llevar una vida laboral determinada o tener un relieve profesional. Y quien diga lo contrario está mintiendo.
Me encuentro con que han pasado 15 años, la percepción de la juventud es la misma y nosotros no hemos conseguido llegar a donde queríamos llegar
-Al final, siempre ata.
-La conciliación familiar es una utopía. Claro que se está avanzando, para empezar tenemos conciencia de ello. Se ha mejorado en según qué ambitos. Yo soy autónoma. Mi conciliación para cuidar a mis padres, ¿cuál es? Hace algún tiempo se malinterpretó alguna explicación que di yo sobre un comentario de que las si las mujeres no tenemos hijos quién va a pagar las pensiones. Solo faltaba que las mujeres tuviéramos la responsabilidad de garantizar las pensiones. En el fondo, el mensaje que estamos recibiendo es que nosotras somos las responsables, las egoístas. Es el momento en el que una mujer se puede permitir de verdad pensar como un hombre.
-Ese peso de la culpa, de la responsabilidad, de las expectativas también lo arrastra Elena.
-¿Y a dónde la lleva? Por eso te decía que esa lectura, y este personaje, que no es autobiográfico, sí que intenta amoldar muchos problemas que se tratan con mucha ligereza, pero que en una novela pueden atraparse en el tiempo de una forma totalmente diferente, por la pausa y porque es mucho más descarnado que en otro tipo de artículos o de redes sociales. Nos pueden permitir pensar dónde estamos y aun así que el mensaje sea positivo. Sigo creyendo en el ser humano, creo en la capacidad de evolución, en la colaboración entre generaciones, entre géneros y en la fuerza de la vida. Curiosamente, gran parte de mis seguidores y muchos de mis lectores se encuentran entre los 18 y los 24 años. Es gente muy joven, todavía en el período universitario. Por eso para mí es interesantísimo mandar ese mensaje de que las generaciones no pueden ser barreras, sino que tenemos que enseñar y aprender.
-Hablemos de Lázaro, el otro extremo generacional. Justo esta novela se publica en un momento de debate sobre la memoria histórica.
-No estaba pensado, no ha sido un contubernio [ríe].
-¡Me imagino! Pero tiene ese doble revestimiento de actualidad, de escuchar la voz de uno de aquellos represaliados de la dictadura.
-Por eso es interesante que se sepa que ha sido una gestación relativamente larga. De hecho, hace dos años, cuando publiqué Llamadme Alejandra, estuve planteándome si publicar esa antes. Al final presenté al Premio Azorín Llamadme Alejandra, que me parecía más armónica en ese sentido y esta ha aparecido, como tú dices, en un momento que yo creo que le convendrá. Esta gente se está muriendo, porque es muy mayor. Algunos ya se han ido. Algunos han dejado unas memorias y unos legados, y otros no. Otros no quieren hablar. Yo en mi familia no tengo a nadie así, pero como dice Lázaro, para mí el dolor es dolor, y el que no le haya tocado a mi familia no significa que no pueda empatizar o comprender qué le ha ocurrido a otra gente. Si además este país está salpicado de dolor en dos generaciones hacia atrás. ¿No vamos a aprender nada de ellos, de verdad? ¿Vamos a continuar escribiendo y yo tengo la razón, y yo...? Traer a Lázaro, que además estuvo en otro país y la visión que tiene es diferente, está muy pensado, y era el personaje central.
-En un momento de la novela, Lázaro dice que los exiliados parece que estorban en este país. ¿Estorban todavía?
A mí algunos que han tenido la generosidad de contarme su historia me han transmitido esa impresión. No sé si es cierto o no. Aquellos con los que he hablado sí tenían esa impresión, que no tenían espacio, que no tenían un lugar, e incluso que los habían infantilizado. Y eso sí me parece que es cierto. Luego había gente que había sido militante anarquista o socialista. En Mathausen encuentras muchos de ellos, que habían dedicado su vida al partido y después continuaron dedicado su vida al partido, y en el caso de las mujeres que estuvieron en campos de concentración eran casi todas. Claro, ahí hay una fe y hay una ideología en algo que si no se quiebra les da una fuerza enorme. Pero había mucha gente que había llegado de refilón. Era el caso de Lázaro ¿Esos a qué se aferraban, si habían sido unos damnificados eternos? También nos ha pasado a quienes nos hemos ido por estudios o por lo que fuera. Tomas una distancia o una diferencia con tu tierra mucho más crítica, y eso no es algo que los que se han quedado quieran escuchar. Y aquí es fácil quitarle mérito a la opinión de un abuelo de 80 años.
-A los mayores tampoco los escuchamos.
-Que nos cuenten lo que queremos oír. Y tienen prejuicios, y han actuado a su manera, y algunas de las cosas que dicen son incomprensibles porque su contexto ya ha cambiado. Pero yo sí que creo que incluso desde una perspectiva egoísta, analizar cómo esas personas se enfrentaron a una situación extrema y cómo ha sobrevivido o cómo no sobrevivieron es un importante estudio para nosotros.
-¿Sigue siendo este un país de gente sorda?
-Me temo que las últimas evidencias, incluso políticas, refuerzan esa impresión. Hubiera sido interesante que hubiera podido existir un acuerdo político más consensuado. Hubiera sido interesante que en los últimos debates se hubiera llegado a ello y hubiera sido interesante que esa impresión se transmitiera a los ciudadanos, que estamos viendo como a nuestro alrededor las posturas se radicalizan. Y nunca he creído en eso. Yo he nacido y crecido en el País Vasco y creo en el diálogo y en el entendimiento del otro, por difícil que resulte, como medida de casi todas las cosas. Y aunque no lo llegues a entender, el propio esfuerzo te hace a ti una persona más completa. Incluso me atrevería a decir que una persona mejor. No tiene más razón el que más se aferra a sus ideas, sino el que es capaz de encontrar un punto de encuentro.