Jenny Holzer, entre el lápiz y el led

Xesús Fraga
xesús fraga BILBAO / ENVIADO ESPECIAL

CULTURA

El Guggenheim de Bilbao repasa 40 años de trayectoria de la creadora norteamericana, que ha hecho del texto la esencia de su arte

21 mar 2019 . Actualizado a las 16:21 h.

Hace 40 años, Jenny Holzer (Ohio, 1950) empezó a exponer sus Truismos en Nueva York. No lo hizo en una galería, mucho menos en un museo. Su espacio era público. Los situacionistas franceses habían llevado sus lemas a la calle y en su ciudad de acogida los pioneros del graffiti empezaban a adueñarse de los vagones del metro. Holzer imprimió sus frases, reflexivas y provocadoras, en carteles que pegaba, con nocturnidad y alevosía, en las calles neoyorquinas. Desde entonces, sus aforismos se han impreso sobre toda clase de superficies, desde bancos de piedra, sólidos e inmóviles, a leds parpadeantes y efímeros. Pero lo que sigue naciendo de su lápiz no ha cambiado: la palabra escrita, la comunicación a través del lenguaje, se mantiene en la esencia de su creación.

Una selección de esa trayectoria de cuatro décadas, más varias obras nuevas, es la propuesta de Lo indescriptible, la muestra que el Guggenheim de Bilbao, con el patrocinio de la Fundación BBVA, le dedica a la artista norteamericana hasta el 9 de septiembre. Holzer ha trabajado estrechamente con la comisaria, Petra Joos, para «dar voz a lo innombrable y lo indescriptible», en palabras de Joos. Están los Truismos, secuenciados en cuadrados de colores y traducidos a diversos idiomas. También los bancos donde se han esculpidos para ser leídos con la vista y las manos -aunque en el museo no se pueden tocar- y el papel en el que primero fueron escritos a mano. Y, por supuesto, están los leds, programados para ciclos de tanto 10 minutos como de 14 horas. Algunos pasan en bucle las declaraciones de víctimas de la tortura del Ejército norteamericano en guerras como las de Irak o Afganistán, un mensaje desasosegante que se amplifica aun más cuando se emparejan las letras luminosas con huesos humanos, adquiridos «de forma ética».

Violencia, muerte, sexo

Son un ejemplo de cómo Holzer ha orientado las palabras que escoge con cuidado, de entre informes desclasificados, testimonios de víctimas de violencia machista, refugiados de conflictos. Hablan directamente de los temas que le interesan: violencia, muerte, sexo. Pero también poesía, como los versos de escritores que se proyectan sobre la fachada del Guggenheim.

Entrar en el museo no significa que Holzer haya abandonado las calles. De forma anónima, el año pasado hizo circular por Nueva York camiones con mensajes sobre el sentido del voto y la democracia. «Como anuncios, pero cambiando los mensajes». Subvirtiendo la palabra.

Holzer se define como artista y feminista. «Al menos lo primero lo intento, y lo segundo creo que lo aplico mejor en mi vida cotidiana. A veces consigo ser las dos cosas, artista y feminista», asegura. Una de las obras más explícitas en este sentido que alberga la muestra de Bilbao es un preservativo, expuesto en una urna de vidrio en el balcón que asoma sobre las estructuras de Richard Serra que forman parte de la colección permanente del museo, y con una leyenda escrita: «Los hombres ya no te protegen».

Otros soportes son lienzos pintados al óleo en los que Holzer reproduce los informes del espionaje norteamericano sobre torturas en conflictos bélicos, una traslación casi literal, ya que la artista no obvia los pasajes censurados. En otra serie, en la que cambia el óleo por la acuarela, se percibe una mayor intencionalidad, ya que los textos describen métodos de interrogatorio por tortura, como sumergir al detenido en agua -conocido como Waterboarding-, y se rodean de pintura azul, como líquido derramado. Estos textos los ha obtenido en colaboración con oenegés que denuncian los crímenes de guerra o velan por el cumplimiento de los derechos humanos.

Homenajes

Una de las secciones de la muestra reúne varias obras propiedad de Holzer -aunque algunas han sido cedidas- en lo que ella denomina sala de inspiración. Son piezas de creadores como Keith Haring -que hizo de puente entre el graffiti callejero y el artista de galería-, Louise Bourgeois o George Grosz. Contienen retratos, siluetas al estilo de sombras chinescas, un crucificado provisto de una máscara de gas. La mayoría son obras trazadas con tinta o lápiz, el mismo medio humilde del que nacen las palabras de Jenny Holzer hasta llegar al papel, la piedra o el led.