David Grimal y OSG: la orquesta toca sola

antón de santiago

CULTURA

El violinista francés David Grimal
El violinista francés David Grimal ANGEL MANSO

El francés y la formación gallega interpretaron un programa con obras de Brahms y Beethoven

25 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Como si se tratase de un test que confirme la excelencia de la OSG dejándola tocar sola, ha vuelto, para el 11.º de abono, el singular violinista francés David Grimal (1973), quien fundó el grupo Le Dissonances, que propende a lo pedagógico y en lo musical a la idea «toquemos juntos». Grimal como solista ocupa su lugar delante y en las otras obras se sienta en el atril del concertino. Existe importante antecedente: la Orpheus de Nueva York, reducida a 30 profesores.

Es proverbial que el ejercicio de dirección: lectura, arcos, ya indicados que son como la respiración en el canto, adecuación armónica, tímbrica y dinámica del piano al forte, afinación y por supuesto los tempi que corresponden a cada indicación agógica, tanto la general para un movimiento, como a los cambios de velocidad en fragmentos internos, incluido el discutido rubato o los rallentando y la organización de los planos sonoros, se hace en los ensayos. Para una interpretación ponderada y expresiva. Que luego sea necesario un director ante la orquesta podría entenderse que su papel, a partir del inglés, es como el de un conductor. Luego está la función. Y ha de contarse también con la subjetividad del público.

Dos obras en atril de envergadura. Primero el Concierto para violín y orquesta, en re mayor, de Johannes Brahms (1833-1897), nacido en la plenitud de su madurez, si bien con el asesoramiento de Joseph Joachim, que fue quien lo estrenó. Escuchada con escepticismo en su principio, la obra está perfectamente asentada y lleva consigo la ternura y lirismo de Brahms y el virtuosismo que le es propio. Grimal resolvió con total solvencia su parte y la orquesta «tocó sola» con su calidad característica.

 Orgía de la danza

La Sinfonía n.º 7 en la mayor de Beethoven es obra de carga efectivamente casi orgiástica, como refería Wagner, que raya en lo dionisíaco. Se inicia con un fragmento lento al que sigue un Vivace. Se recoge en un Allegretto de inspiración sublime, y arranca en los dos siguientes con un Presto y un Allegro con brío. Con Grimal como concertino, la orquesta se lanzó en interpretación frenética hasta el final. Con toda la calidad de sus componentes hasta levantar a un público entusiasmado.