Nunca es tarde

Adolfo García González

CULTURA

Adolfo García González. 40 años. Gijón. Intendente

25 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Una cara familiar saliendo del café me detuvo, concentrando mi atención y demandando a mi memoria un esfuerzo al que no estaba acostumbrado. Ese rostro me era familiar. No obstante, no terminaba de encontrarlo en ninguno de los cajones de mi vida, donde parecía que con el paso de los años se iban rompiendo por la base y mezclando poco a poco todo su contenido. Por un golpe de inspiración me retrotraje a días lejanos en los que yo había trabajado en la antigua residencia Mirasol, cuidando y atendiendo ancianos y otras personas con diferentes grados de dependencia. Allí había coincidido con gente de diferentes tipologías, necesidades y condición social, todas juntas hacían de la residencia un lugar entrañable y variopinto que quizás diera para escribir un buen libro gordo de vivencias con ese puñado de vidas que allí coincidían.

Uno de aquellos tipos peculiares que no olvidaré jamás era el señor Rodríguez. Era este de naturaleza arisca al primer trato, de mirada fría y desconfiada hacia los cuidadores que le atendíamos. Cómo olvidar esa melena larga y desaseada, esa ropa que vestía todos los días y su permanente obsesión por no lavarla bajo el pretexto de que ninguna lavadora industrial podría tratarla con el debido mimo. Cómo costaba conseguir la visita semanal a la ducha donde me deleitaba con palabras malsonantes, exabruptos y quejas que salían de su garganta al ritmo que deslizaba el chorro de agua sobre su cuerpo enjuto.

Ahora caía por fin. Era esa misma sonrisa burlona que traté tiempo atrás; pero ahora con un nuevo brillo desconocido para mí. Lucía su rostro un afeitado apurado, a juego con un corte de pelo clásico y pulcro; nada que ver con su antigua melena de heavy retirado. Todo el conjunto dentro de un bonito traje azul marino de corte americano. Parecía que el viejo señor había recuperado su elegancia y su buen ánimo. Como el destino quiso que no me fuera para casa con la incógnita de aquel cambio tan espectacular pude ver cogida de su brazo una mano de mujer.