Una de amor... en el espacio

Miguel Anxo Fernández

CULTURA

Jaimie Trueblood

Para contarnos esta milonga emocional entre dos náufragos encarnados por dos guaperas que es «Passengers», no era necesario enviarlos al espacio

05 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo bueno del cine es que en el guion se puede previsualizar si los 110 millones de dólares a pulir en su producción darán para algo o serán otro despilfarro. Que durante un viaje intergaláctico (de esos que duran la tira), el personaje de Chris Pratt despierte noventa años antes de lo previsto y pase a tener por única compañía a un barman robótico (Michael Sheen), lo normal es que se vea necesitado de una mujer como el tío loco de Fellini en Amarcord. Y entre los cinco mil pasajeros hibernados, va y despierta a Jennifer Lawrence. Buen gusto tiene, sin duda. La nave (¡y qué nave, como el Harmony of the Seas, que es el crucero más grande del mundo) estará en adelante para ellos solitos, o casi. Un retozar con altibajos y alguna incidencia temeraria. Para contarnos esta milonga emocional entre dos náufragos encarnados por dos guaperas, no era necesario enviarlos al espacio, aunque buena parte del presupuesto se fue en un cuidado diseño de producción (su acabado formal es impecable). Bueno, supongo que Lawrence se llevaría un pellizco de 20 millones, su caché actual como actriz mejor pagada de Hollywood.

Todo hace suponer que Sony y sus asociadas recogerán beneficios cuando la explotación comercial del filme concluya en su periplo global, y hasta puede que su viabilidad se haya visto impulsada por el éxito reciente de títulos como Gravity, Interstellar y Marte, todos con bastante más chicha en sus tramas, bien soportadas sobre dos sumandos atractivos, espectáculo y reflexión. Al tiempo que aprovechan los avances en tecnología digital y su correspondiente plasmación fotográfica (aquí, del mexicano Rodrigo Prieto), invitan a algunas consideraciones. Por supuesto, entre ellas, las emocionales, pero no a nivel tan primario de las mostradas en Passengers, que en su desenlace no hace otra cosa que lo sospechado durante buena parte del metraje: una historia de amor que no evita transitar lugares comunes. El noruego Morten Tyldum (Descifrando Enigma, 2014) queda libre de pecado al cumplir su cometido: una dirección elegante aunque recreando una simpleza de guion.