Concierto de fin de año: Optimismo en forma de vals

césar wonenburger

CULTURA

Viena rindió homenaje a Zubin Mehta con su tradicional concierto de Año Nuevo

02 ene 2015 . Actualizado a las 07:18 h.

La perfección no existe. En un mundo ideal quizá Viena podría representarla con esas imágenes de postal que cada 1 de enero inundan las pantallas de media humanidad con la hermosura de su arquitectura y sus paisajes, la fortaleza de sus instituciones y el sonido sedoso de sus filarmónicos tocando unos valses y polcas capaces de mitigar los efectos de la resaca más cruenta. Pero mientras, en otro punto del planeta, ajeno a la belleza y los buenos sentimientos con los que la música, esa aspirina del alma, parece plantar cara a la pesadilla de la depresión colectiva, la realidad volvía a imponerse terca a través del episodio terrible de esa multitud aplastada por la ilusión de unos falsos billetes del Monopoly.

Zubin Mehta, que nació en Bombay, y por eso tiene algo de gurú, fue el elegido esta vez para dirigir el concierto de Año Nuevo. Nadie mejor que él, en estos tiempos en que los grandes maestros parecen haberse puestos todos de acuerdo para abandonarnos a la vez (Claudio Abbado, Lorin Maazel, Frühbeck de Burgos?), para hacerse cargo de la cita más multitudinaria y popular de la música clásica: 50 millones de audiencia potencial, más la que aporte la venta de los discos dentro de solo unos días.

Mehta, que aprendió música con jesuitas españoles en su país, encarna como nadie ese espíritu que podría relacionar la tradición de este evento con aquella estupenda película, Atrapado en el tiempo. Podríamos retroceder hasta 1990, año en que fue invitado por primera vez a dirigir estas músicas, y casi nada ha cambiado desde entonces. Empezando por él mismo, que debe mantener un secreto pacto con el diablo para presentarse así de exultante, con casi ochenta años, como si tal cosa, todo su magnetismo intacto, un alarde de telegenia. Mehta, como en el filme, podría ser el Bill Murray de estos conciertos, despertándose de año en año para repetir la misma exacta rutina con sus maneras suaves y el gesto apolíneo, sin mandar demasiado sobre la orquesta, proponiendo más que ejecutando, como ese gran partidario del consenso que él es.

Tiempo congelado

El tiempo parecía una vez más congelado entre las flores de Sanremo y las estatuas doradas del Musikverein, mientras volvía a escucharse, tan perfecto como siempre en estas manos, el Danubio Azul. Sesenta años antes, un más joven si cabe Mehta ya estaba allí. Parapetado entre los miembros del coro, como estudiante de las clases de dirección de la ciudad, junto a su amigo Claudio Abbado, aprendía del modo más directo en los ensayos con los grandes de la época, como aquel Herbert von Karajan que dirigió el mejor concierto de Año Nuevo del que existe memoria, en 1987. Y ya en 1961 se puso él mismo al frente por primera vez de la Filarmónica de Viena, estableciendo la relación más longeva hasta la fecha entre el conjunto vienés y un mismo director.

Por eso ahora la orquesta ha querido rendirle un merecido homenaje, para celebrar juntos este rito, una ofrenda imposible al optimismo, tan breve como un sueño, entre nubes de algodón, con títulos tan sugerentes como Vino, mujeres y canciones, que más que un vals parece casi una de Julio Iglesias. Ideal banda sonora para ilustrar las imágenes, no menos oníricas, de las relucientes aulas de la universidad que cumple 650 años; los magníficos purasangres de la Escuela de Equitación Española; los cafés con vaso de agua incluida o las caras de felicidad de los asistentes a la sala entre los que este año no pudimos ver a Julie Andrews, inolvidable protagonista de Sonrisas y lágrimas.

Sonrisas en Viena, lágrimas absurdas en Shanghái.