Sancho Panza y Manolo «la nuit», en un solo hombre

eduardo galán blanco

CULTURA

A Galicia vino tres veces. Para grabar «Os outros feirantes» o para rodar«El rey del río». Pero, ¿cómo olvidar su «Mecacho en Soria» de «El bosque animado»?

10 may 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Alfredo Landa fue todos los hombres corrientes en uno solo. Sancho Panza y torito ibérico en un país cutre que despertaba a la vida. Como Alberto Sordi en Italia, hizo grande al macho pequeño y ridículo de la España franquista. Los que crecimos viendo películas del llamado landismo, que era otra palabra para definir el destape, no podemos olvidar aquellas colas que se formaban, semana tras semana, en el cine Jofre de Ferrol para ver No desearás al vecino del quinto, fenómeno taquillero y objeto eterno de estudio sociológico. Allí, entre ginecólogos y mujeres bien en ropa interior, Landa daba vida a un modisto que, para triunfar, se hacía pasar por homosexual. Puro vodevil delirante que consagró definitivamente a don Alfredo.

Comenzados los años setenta, Landa era Manolo la nuit, rey de las camas. Atrás quedaban sus primeros papeles de secundario de Atraco a las tres, El verdugo o el de Ninette, que Mihura había escrito para él. También era historia el cine dolorido, en blanco y negro, representado en la muy amarga La niña de luto, donde, a causa de las sucesivas defunciones familiares, Alfredo no se daba casado con María José Alfonso. Landa ya no era un Cateto a babor, ya no daba pena en blanco y negro. Ahora se apuntaba a perseguir suecas en colores, para regocijo de sus pares que, al otro lado de la pantalla, jaleaban desde general las aventuras del héroe en calzoncillos, correteando tras Ira de Furstemberg, Helga Liné, Rosanna Yanni, Ingrid Garbo, Mirta Miller, y todas aquellas hembras en ligueros, sostén y bragas. Vente a Alemania, Pepe, lo llevó, como indica el título, a la emigración y Los días de Cabirio hasta la parodia de Fellini.

Y cuando ya la cosa no daba para más, con nuestro playboy del subdesarrollo a punto de cumplir los 45, el tío Bardem quiso darle la vuelta a su personaje con una lectura social. El obrero desclasado y salido monta en moto petardeante y recorre cientos de kilómetros buscando la playa y las suecas, para encontrarse con la despiadada España real que nacía a la democracia. El puente fue como Landa en el país de las no maravillas.

Resurrección con Garci

Y a partir de ahí nace un nuevo actor. Garci lo resucitó con su oficinista de Las verdes praderas o con el ingenuo detective de El crack. Y Camus lo dirigió en Los santos inocentes, esclavo cojuelo que levantaba perdices par el señorito Juan Diego. Premio en Cannes.

A Galicia vino tres veces. Para grabar la serie Os outros feirantes o para rodar la película El rey del río. Pero, ¿cómo olvidar su «Mecacho en Soria» de El bosque animado?, donde bordó un frustrado bandido Fendetestas, infantil, bonachón y naíf.

Tras un puñado de maravillosas encarnaciones en La vaquilla, Tata mía, El pecador impecable, La luz prodigiosa, La marrana y su Sancho Panza junto a Fernando Rey, durante una larga década, como para tantos otros viejos juguetes rotos, llegó el olvido. Hasta que Garci lo resucitó por segunda vez en Historia de un beso y recogió, en vivo y en directo, un tercer Goya, el de honor, quedándose, otra vez, al recibirlo, en blanco (y negro). En un angustioso silencio. Quizás en ese momento de confusión, a Landa se le mezclaron los cien hombres que fue en uno solo.