El Flaubert peruano lo consigue por fin

Leoncio González REDACCIÓN/LA VOZ.

CULTURA

Trabajador infatigable bajo la tentación de lo imposible, Vargas Llosa produjo una obra desigual por caudalosa que supone una de las aventuras literarias más ambiciosas del último medio siglo en castellano

08 oct 2010 . Actualizado a las 03:05 h.

Permítanme comenzar este perfil de Mario Vargas Llosa recordando a Cabrera Infante porque estoy convencido de que, si aún viviese, sería una de las personas que más se alegrarían de que se le haya concedido este Nobel tardío y porque su caso ilustra una de las cualidades humanas menos conocidas y más entrañables del autor de La casa verde : la generosidad hacia los colegas.

La ejerció acompañando al habanero y a su esposa, Miriam, en las horas más solitarias y amargas del exilio londinense e influyendo con determinación para que se le otorgara el Cervantes poco antes de morir. Se vio con claridad en el café que compartió con la Redacción de esta casa hace ahora doce años, al admitir sin pesar que el Quijote del siglo XX no era una novela suya, sino Cien años de soledad . Y se puso de manifiesto una vez más, aún hace poco, con un ensayo maravilloso sobre la vida y la obra de Juan Carlos Onetti que ha tenido la virtud de rescatarlo del olvido para las generaciones más jóvenes.

Mucho más cálido y menos distante en persona de lo que transmite su imagen pública, Vargas Llosa es un hombre de convicciones fuertes que defiende con pasión. Con todo, el adjetivo que más justicia le hace es abierto. La sociedad abierta , precisamente, es el título del libro que lo empujó del caballo. Cayó en sus manos en medio del boom , durante la crisis existencial en la que rompió amarras con el marxismo y fruto de la cual nació Zavalita, el personaje de Conversación en la Catedral en el que se vieron reflejados gran parte de los que tenían veinte años en España cuando murió Franco.

Aunque no modificó su principio básico de que escribir es una conjura contra la mezquindad de la vida, el único recinto en que es posible vengarse de la realidad, la lectura de la obra de Popper tuvo el efecto de un cataclismo que condicionó la trayectoria y la imagen ulterior del creador de La guerra del fin del mundo . Lo introdujo en la hermandad formada por autores como el propio Popper, Isaiah Berlin o von Mises al mismo tiempo que lo convertía en un renegado de las letras latinoamericanas, postradas en aquel momento ante el altar del compromiso sartreano.

Tentación de lo imposible

Como prueba la vocación política que lo llevó a embarcarse en una campaña electoral desgraciada en su país, Perú, contra Alberto Fujimori, Vargas Llosa padece la tentación de lo imposible, que él mismo advirtió en Víctor Hugo.

Trabajador infatigable al que la inspiración sorprende siempre en el tajo, hombre de método y de disciplina diaria, se ha visto dominado por un ansia de totalidad similar a la que gobernó al autor de Los miserables. S e traduce en un afán por tocar todos los palos (excepto, que se sepa, la poesía) que se hace transparente en el conjunto de su narrativa, con una sucesión de incursiones en subgéneros tan diversos como la novela de formación, el drama histórico, el folletín radiofónico, la novela de humor, la policial o la erótica. Si no fuera suficiente, es un crítico literario de primera división, un prodigioso memorialista y un polemista prolífico dispuesto a blandir su pluma frente a dictadores y militares, contra los que quedó vacunado tras su experiencia en el funesto colegio Leoncio Prado.

Lo curioso es que esta voracidad, en gran parte responsable de notables altibajos entre algunos de sus títulos y otros, supone también una desviación flagrante respecto al credo flaubertiano que adoptó como norte tras la lectura de Madame Bovary en condiciones que describió con elocuencia en La orgía perpetua . Comporta una actitud de entrega y de sumisión a la obra que se convierte prácticamente en un sacerdocio y que debe llevar al autor a extremar los niveles de exigencia. Hoy sabemos que el caudaloso Vargas no fue tan estricto con dicho mandato como Flaubert, pero eso no desmerece sus méritos literarios.

Novedad estilística y temática

En esencia, provienen de que supo conjugar las tradiciones del realismo francés del siglo XIX y el legado de la generación perdida norteamericana. El efecto puede compararse al viento fresco que ventila un cuarto cerrado. Tan solo la primera página de La ciudad y los perros hizo parecer de repente una telaraña que no dejaba pasar la luz a mucha prosa en auge a este lado y el otro del Atlántico. El universo de La casa verde fue un nuevo mundo que cambió los mapas de la ficción en castellano. Puede decirse que, en conjunto, su autor abría fronteras estilísticas y territorios temáticos que no habían sido transitados con anterioridad y que hoy son ya patrimonio común para cuantos emplean el lenguaje de Cervantes.

Hay una película de Robert Redford, La leyenda de Bagger Vance , que viene bien para explicar la idea que tiene Vargas Llosa de la novela. En ella el actor Will Smith interpreta a un caddy que le explica al jugador al que le lleva la bolsa, Matt Damon, que solo existe un camino para lograr el birdie: una única trayectoria perfecta escrita en la hierba fuera de la cual la bola se extravía.

Pues bien, según Vargas Llosa ocurre otro tanto con las novelas. Hay muchas maneras de contar una historia, pero solo una es la adecuada, solo una la hace redonda. El trabajo del escritor consiste en descubrir ese ángulo, en calcular la fuerza y en dirigir el efecto. Pero, al final, no debe hacerse ilusiones porque, como ocurre en el golf con el aire o con una brizna de hierba inadvertida, el que termina el trabajo es el lector. Una novela solo está completa cuando quien la lee va más allá de lo que creyó decir el autor y encuentra cosas o significados que este había puesto allí sin ser consciente de ello.

Muchos de esos lectores ya le habían entregado en su imaginación el Nobel que se le concede cuando nadie lo esperaba. Es un guiño a una América Latina en alza, que no agrega ningún valor que no se conociera a la escritura del peruano. Sí repara la miopía de jurados anteriores que estuvieron a punto de cometer con él el mismo error que dejó sin premio a Tolstói, Henry James, Marcel Proust, Joseph Conrad, James Joyce o Borges, por no hacer la lista más larga.