La amena estrechez del párking local

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade CRÓNICAS CORUÑESAS

MIÑO

29 ago 2016 . Actualizado a las 00:03 h.

Hace ya algunas décadas, en tiempos en que la ciudad estrenaba orgullosa el entonces flamante párking de María Pita, el padre de Miguel Souto, coruñés de pro, tuvo que entrar en su coche por el portón trasero, imprecando al inventor de la rueda, pues los dos turismos que habían aparcado junto al suyo le impedían acceder con normalidad por las puertas. Mientras tanto, sus hijos, dos auténticos angelitos, se revolcaban de risa por el suelo al grito unánime de «¡al ladrón, al ladrón!». La semana pasada, el propio Miguel Souto, que, cegado por la euforia festiva de agosto, decidió llevarse de merienda a toda la familia, tuvo que repetir aquella maniobra de su padre, pues se le ocurrió soterrar su utilitario en Juana de Vega, donde dos vehículos arrimados en exceso le impedían la entrada en el suyo. Sus hijos, a los que en su día cometió la imprudencia de relatar con todo lujo de detalles la vieja anécdota familiar, se desternillaban de risa por el suelo, por supuesto, al grito de «¡al ladrón, al ladrón!».

En medio de estas dos situaciones clonadas por la máquina del tiempo deben de contarse por miles las ocasiones en que los coruñeses han tenido que entrar a hurtadillas en sus coches a causa de la exigua generosidad de las plazas de varios estacionamientos públicos, que parecen diseñadas más para bicis que para automóviles.

En una de esas plazas juró Miguel Souto tras un arrebato incendiario que no volvería a dejar su coche en un párking mientras le quedase aliento en los pulmones, pero recuperó la cordura cuando se imaginó a sí mismo en el estacionamiento disuasorio de Lonzas, rodeado de urticantes matojos, sin otros coches a la vista y esperando para desplazarse al centro por un bus urbano del que no pasa ni el ectoplasma.

Sumido en esa idea de soledad, pronto le vino a la cabeza la escena de Cary Grant y la avioneta fumigadora de Con la muerte en los talones. Entró en razón, claro, y atemperó su arrebato en el aparcamiento de Juana de Vega... hasta que una afectuosa máquina le sopló casi seis euros por incrustar su vehículo en aquella plaza unidimensional y de humillante acceso trasero. Aún le dura el cabreo, realimentado días después cuando La Voz de Galicia publicó el precio dispar de la hora de estacionamiento en las principales instalaciones del centro: 1,88 en Juana de Vega, 1,62 en María Pita, 1,56 en la plaza de Vigo...

La solución a semejante iniquidad la han explorado con éxito en el leirapárking de una conocida playa de la comarca, y su justicia habría emocionado en vida al rey Salomón. Allí todos pagan lo mismo: cuatro euros. El día completo, cuatro euros; media mañana, cuatro euros; diez minutos, cuatro euros... Yo, por si acaso, evité pagarlos, que uno también tiene hijos y no es plato de gusto verlos revolcados de risa por el suelo.