Paseaba despacio de un lado a otro de la terraza, cuando un simple gesto en una silla logró que echase a volar
01 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Los chicos me despertaron entusiasmados porque tenían una sorpresa. Como era domingo, pensé en cruasanes calentitos o en unos churros para el desayuno. Pero no: la sorpresa estaba en la terraza, era gris, tenía alas y un susto en el cuerpo que no podía con él.
Hacía un buen rato que les había sorprendido un golpe muy fuerte contra la ventana. Justo en ese momento pasó una gaviota, vigilante, y en el suelo de la terraza apareció, aturdida, una paloma. Desde entonces apenas se había movido, me dijeron. La pobre tendría un shock, como mínimo: en el cristal había una manchita de plumas donde se dio el golpe.
«¿Y si se ha roto un ala y no puede volar?», pregunté. Tal vez por eso está tan quieta. Decidimos echar unas miguitas de pan para ver si salía del escondite y, al verse en una zona más despejada, decidía volar. No funcionó: el camino de migas quedó intacto y la paloma apenas nos miraba, moviendo la cabeza con ese ritmo tan característico. Con el palo de una escoba, movimos un poco la silla bajo la que estaba escondida y por fin se decidió a salir... pero no pasó del borde de la terraza, sin decidirse a volar. Al menos no parece tener nada roto, nos dijimos. Pero ni siquiera el retaco dando saltos en el sofá, excitadísimo con la aventura del día, parecía asustarla. Se había hecho fuerte en el estrecho listón de madera, donde dejó un regalito, claro, porque no dejaba de ser una paloma con sus cosas de paloma. Paseaba despacio de un lado a otro de la terraza, cuando un simple gesto en una silla logró que echase a volar.
Se fue, pero dejó cierta sensación de desasosiego, como los inquietantes periquitos de Hitchcock, que parecen no haber roto un plato.