Pardo Bazán según Torrente

Adolfo Sotelo Vázquez

A CORUÑA

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El escritor ferrolano valoró la obra de la condesa de modo prejuicioso

30 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Para el inicio del año 1947 Gonzalo Torrente Ballester (Ferrol, 1910-Salamanca, 1999) se instala en Madrid donde va a enseñar Historia General en la Escuela de Guerra Naval. En meses posteriores (en 1948) el autor ferrolano se desliza hacia el periodismo profesional y encuentra en el diario falangista Arriba y en su director Javier de Echarri el amparo necesario, que se vio auxiliado, en modo de pluriempleo, por los encargos para Radio Nacional de España que en 1952 le hizo otro falangista señero, Jesús Suevos. En ambos casos, como crítico de teatros. Al tiempo asiste en los últimos meses del 48 a las conferencias de José Ortega y Gasset en el Instituto de Humanidades («Yo soy en prosa didáctica, como escritor de artículos y ensayos, un discípulo de Ortega», le confesó a Carmen Becerra en una de sus interesantes conversaciones editadas en 1990). Y publica el ensayo Literatura española contemporánea (1898-1936) en 1949, que a Pedro Salinas, en carta a Jorge Guillén (27-V-1950), le parecía una «mezcla de insolencia e ignorancia», y que, sin embargo, fue sólido punto de partida de sus sucesivos manuales que darán buena cuenta de su oficio de profesor de literatura española.

El ensayo de Torrente Ballester dedica un capítulo a las ideas literarias de la época de la Restauración, en el que ocupan epígrafe propio Juan Valera, Marcelino Menéndez Pelayo, Emilia Pardo Bazán (A Coruña, 1851-Madrid, 1921) y Clarín. Torrente opone el pensamiento y la acción literarias de los dos primeros a las posturas de Pardo Bazán y Clarín, cuyas ideas «propenden a la modernidad», aunque con divergencias que apunta en diferentes aspectos -«Clarín, librepensador, se manifiesta repetidas veces más conservador que la ilustre coruñesa»- no especialmente bien definidos.

Ambigüedades

La lectura y la interpretación de doña Emilia es ambigua. Por una parte, le concede el valor de no reconocer los terrenos señalados del coto literario, pero de inmediato sostiene que en esas tareas (atención a las nuevas teorías literarias o introducción de nombres nuevos en las letras españolas), Pardo Bazán actúa «un poco por convicción, otro poco por escribir como un hombrecito», siempre pendiente de su «dificultosa virilidad intelectual». Tesis que desapareció en las sucesivas ediciones del estudio histórico-crítico que abría su Panorama de la literatura española contemporánea. En la primera edición, de 1956, justificaba la supresión de ciertos pasajes de su ensayo del 49 y admitía a regañadientes que ciertos juicios eran apasionados, aunque quizás hubiese sido más pertinente sostener, en el caso de doña Emilia, que eran opacos a una condición irreductible de la escritora: su feminismo, menos «vago» de lo que creía Ramón Gómez de la Serna en su retrato de doña Emilia, dado a la luz en 1945.

En la valoración de Pardo Bazán late siempre esta opacidad, pese a reconocer que no incurrió como crítica en «la autarquía literaria», que ensayó la historia literaria, «eligiendo certeramente por tema la literatura más ejemplar y coherente en sus fundamentos y en su evolución de todo el mundo moderno: la francesa del pasado siglo», e incluso -y si lo escribe Torrente son palabras mayores, dada su absoluta devoción por Ortega y Gasset- tuvo atisbos de una nueva manera de considerar la literatura, que anticipa al autor de Meditaciones del Quijote.

Ahora bien, paralelamente, desacredita el valor de La cuestión palpitante (1882), libro fundamental en las tareas críticas de la autora de La Tribuna y de las letras españolas del último cuarto del siglo XIX: «Su composición, la proporción de sus elementos, incluso el tono, son un desacierto».

Persistir en el error

Torrente se equivocaba en 1949, y mantenía el error veinte años después, cuando sostenía que, a pesar de su amplitud crítica y su buen ojo de historiadora (aporta varios y atinados ejemplos), fracasó ante las últimas novedades artísticas de finales del siglo XIX y comienzos del XX: «Fue impermeable a sus manifestaciones literarias». Afirmación difícil de casar con las palabras finales de la conferencia que la condesa dictó en la Residencia de Estudiantes la tarde del 5 de diciembre de 1916, Porvenir de la literatura después de la guerra: «El arte es un eterno rebelde y un eterno inventor y navegante de espacios, que no puede darse nunca por satisfecho con la tierra descubierta ya».

En cuanto a su obra novelesca, si leemos los sintéticos juicios que Torrente le dedica en Literatura española contemporánea (1969), comprobamos que «escribe mal» y que le faltó mucho para ser una verdadera novelista, aunque construye las historias con habilidad, «por eso, es mejor cuentista que novelista». Torrente no sale de su asombro al comprobar que una escritora que sabe lo que debe ser una novela, prescinde al escribir las suyas de ese conocimiento «y se deja llevar por su temperamento y sus prejuicios». Quizás el asombro de Torrente es el que está lastrado por algunos prejuicios críticos.

Adolfo Sotelo Vázquez es catedrático de Literatura de la Universidad de Barcelona