Fermín Blanco: «Hay que convertir el espacio público en espacio de juego»

m. carneiro A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

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El autor del sistema Lupo defiende la participación social en los proyectos de arquitectura y explica el proceso de creación del Eirón, el parque diseñado con niños en un solar abandonado de la Ciudad Vieja que el gobierno local prevé licitar este año

09 abr 2021 . Actualizado a las 10:28 h.

El arquitecto Fermín Blanco viene virtualmente de Roma, de la Bienal del Espacio Público y el Juego que en pocos días clausurará junto a Francesco Tonucci, autor del revolucionario La Ciudad de los Niños, en el que una cría imagina un nuevo urbanismo: «Deseo un parque. O mejor dicho, dos. Por si el primero se rompe». O por si no conseguimos construirlo, podría apostillar Blanco, que después de cinco años de trabajo y una montaña de tropiezos verá por fin al borde de la muralla de la Ciudad Vieja de A Coruña, en el solar asilvestrado de la Fundación Luis Seoane, el Eirón, un parque proyectado con participación infantil. «Los niños están hasta el gorro. No me creen. Dicen que es mentira y yo les digo que sí, que sí, que este año lo hacemos», cuenta el arquitecto. El proyecto ya está listo para licitarse. Costará en torno a 200.000 euros, y no tendrá toboganes ni juegos a la vista, pero los niños sabrán cómo jugar.

-¿De dónde sale esto?

-Sin buscarlo, haciendo la tesis doctoral en el 2010. Íbamos por los museos con una exposición muy grande de temas técnicos y un día me dicen: 'Fermín, está funcionando bien, estás mezclando público, pero los que vienen a los museos son los niños, ¿por qué no lo explicas para niños?'. Me fui al puerto, cogí cajas de marisco, que son modulares, ligeras e inocuas, de porexpan, y empecé a construir con bloques de gran escala, a ver la potencialidad que tenía, y a organizar talleres por los centros cívicos. Fue cuando la ciudad se volcó con la Torre para la declaración de patrimonio de la humanidad. Acabamos en la Fundación Seoane, nos propusieron hacer un programa en continuidad y yo me planteé crear un material específico. Generamos un set de piezas, a gran escala, que se acoplara fácilmente y que me permitirse cada sábado plantear retos distintos a los niños que venían. Y así nació el sistema Lupo y la Nenoarquitectura, primero con niños de 6 a 7 años, y más tarde con grupos. 

-¿Qué hacen?

-Todo lo que te puedas imaginar. Temas de arquitectura vernácula, planeamiento, urbanismo, simetría, matemáticas… Este sábado arrancamos el tercer trimestre. Llevo diez años y hay niños que llevan desde el principio con nosotros, que se han metido más clases de arquitectura que muchos. Esto es fundamental para entender el Eirón, porque se hace con estos niños, que están muy acostumbrados a estas dinámicas y con los que testamos las didácticas que llevamos a museos. Nuestro laboratorio siempre fue la Seoane.

-Pero con el solar dan un salto.

-Sí, porque las familias de los niños empiezan a decirnos si pueden participar y empezamos a plantearnos proyectos. En un momento dado, cuando derriban el edificio que era la casa de los médicos y aquello se empieza a deteriorar planteamos al concello [durante el mandato de Xulio Ferreiro] si nos dejaba aquel baldío como zona de laboratorio urbano, para jugar, para hacer nuestras cosas, sin intención de hacer obra ni nada, simplemente por el gusto de trabajar en un espacio abierto, seguro, acotado. Y dijeron que adelante. Nosotros seguíamos la filosofía de Gilles Clément, del jardín en movimiento, criterios de espontaneidad, la naturaleza que nace en el baldío urbano, el concepto de que no existe la mala hierba, de que las silvas nos protegían. Y eso lo llevamos a Patrimonio y casi nos dan con el proyecto en la cabeza. Conclusión: 'Fermín, hazlo bien', me dicen, si quieres hacer un proyecto, que te lo encarguen y lo haces bien, bajas la cota, enderezas la muralla con un peto. Pero eso es una obra y un presupuesto, les digo. Pues lo encargamos, dice el Ayuntamiento, queremos recuperar la zona. De hecho, se planteó la peatonalización de la calle San Francisco, que es un fondo de saco.

-¿Habrá paseo sobre la muralla?

-Aquello es un BIC y tiene un plan director que pretende darle continuidad a la muralla, que está totalmente fragmentada. Pero allí es topográficamente muy difícil porque detrás del Abente y Lago, en una zona completamente hormigonada que es un párking privado del hospital, hay un salto de cota de tres metros de caída. Se supone que en algún momento se podrá dar toda la vuelta en un recorrido accesible, como un paseo, y ya hay un montón de iniciativas para tratar de resolver esto, pero no es fácil. Dedicamos tiempo a pensar cómo debía ser para poder enganchar con el paseo, cuando se haga, y que tenga lógica.

-¿Era el único condicionante arqueológico?

-A nivel arqueológico es un punto caliente. El resto más antiguo encontrado en la ciudad apareció al construirse la Fundación Seoane, debajo de la máquina de las chucherías, cuando se hizo la cimentación. Unas vasijas. Nos lo contó el arqueólogo municipal, que vino a dar una clase a los niños y nos ayudó con el proyecto. Y la historia de Pons Sorolla cuando desmonta en 1969 lo que quedaba de la iglesia de San Francisco para llevársela al paseo de los Puentes, y reconstruye la muralla, de hasta 8 metros en algunos puntos, según le pareció a él. Del siglo XVI tiene el arranque y la traza, pero la coronación es de 1969. Cuando se tiró el edificio hubo catas arqueológicas, y hoy sabemos que a la altura que estamos trabajando es un relleno. Esto nos ha salvado de muchísimos contratiempos para poder hacer el proyecto. 

-¿Qué quisieron hacer?

-El sitio es un residuo urbano, una cosa que quedó allí, geométricamente compleja, con geometrías quebradas que derivan de la muralla por un lado y con traseras de edificios por otro. No es un sitio protagonista de nada. Y sociológicamente siempre ha sido un ambiente militar, con lo cual ni siquiera la gente se identifica porque ahí no se podía entrar. Invitamos a personas que había sido niños en la Ciudad Vieja para que nos contaran cómo se jugaba en las diferentes épocas, porque la Ciudad nunca tuvo un parque con columpios, pero siempre fue jugable. Y los juegos que se hacían en el jardín de San Carlos, entre los arbustos, eran muy diferentes de los juegos duros de pelota en las Bárbaras, o en la plaza de la Fariña o de la Constitución. Pensamos mantener esa idea de espacio sin columpios ni juegos comprados de catálogo.

-El solar está cercado por el enorme paredón ciego de la Fundación Seoane, ¿cómo lo tratan?

-La Fundación Seoane está construida directamente sobre la muralla y esa pantalla de 20 metros sin ventanas tiene un impacto visual tremendo, que nos pide plantar árboles. Patrimonio no suele dejarlos porque las raíces van en contra de los restos arqueológicos. Una muralla pide limpieza y retirada de raíces. Pero aquí las soluciones que a priori respondían a la lógica de conservación no fueron adelante, y fuimos navegando poco a poco hasta llegar al objetivo de un espacio abierto, jugable, sin mucho diseño y que nos proteja del viento. El puerto nos daba la información del viento. Vino la codirectora del máster de paisajismo de la Fundación Juana de Vega para explicarnos las especies y la necesidad de renaturalizar aquello desde un punto de vista científico. Intentamos contar en todo momento con los profesionales que pudiesen aconsejar mejor a los niños y hacerles partícipes de los talleres.

-¿Cómo participan los niños?

-Esto sería un capítulo en sí mismo. Qué piden los niños, qué vieron en la fase de análisis. Vieron que había buenas vistas, mucho viento, cosas que les molestaban, dos equipos de aire acondicionado haciendo un ruido tremendo, gatos que querían salvar. Luego quieren espacios abiertos, zonas donde esconderse, sombras, materiales determinados. Nosotros vamos traduciendo todo para presentar el proyecto de urbanización a Patrimonio y -aquí está la parte más frustrante del proceso- vemos que nos quitan todos los elementos de juego, incluso algunos que ya eran camuflados, un banco que era escalable, informe tras informe todo negativo.

-¿Cómo lo justifica Patrimonio?

-Nos pidieron que el espacio pusiese en valor la muralla, que se viese claramente desde dentro y desde fuera. Tenían claro que no iba a ser un espacio para la gente por el viento y la incomodidad, que siempre iba a ser un espacio de paso, y que no habría nada que invitase a quedarse ni a jugar.

-¿Pensaron abandonar?

-En ese punto nos planteamos qué hacer. El proyecto ya no tenía sentido. Hubo momentos de crisis y de desánimo, y en el 2019 entre todos llegamos a la conclusión de que íbamos a trabajar con el concepto de tablero de juego. Íbamos a generar un tablero de juego, un soporte [el propio parque], para que no nos siguieran cayendo informes negativos, y tendríamos que inventar maneras de jugar en ese tablero. Con la naturaleza, con las estaciones, con la lluvia, con las hojas en otoño, con las sombras en verano. Jugar sin elementos jugables, porque era a lo que nos estaban obligando, pero en un espacio jugable. Los niños saben cómo. Me preguntaba antes qué interesó del Eirón en Roma. Esto. No rendirse. Hay que convertir el espacio público en espacio de juego le pese a quien le pese y pese a todo.

-Y lo que queda es nada.

-Nada. Un hexágono hundido, una rampa al 4 % que asegura que todas las zonas son accesibles, tres niveles de pavimento para las transiciones, un campo verde, y unos árboles de medio y gran porte, fresnos, castaños y negrillos [olmos, como las copas que se elevan al fondo de la calle, en San Carlos], que generarán sombra y bajarán la escala de la Seoane.

-Lleva diez años haciendo arquitectura y educación. ¿Fue un acierto?

-Ahora empieza a ser más habitual pero cuando arrancamos, un arquitecto jugando con niños, todos los sábados, montando talleres en centros cívicos, se veía como algo muy raro. 'Deja ya de jugar con eso, saca proyectos', me decían los compañeros.Yo les decía que lo haría encantado pero que estaba enganchado con esto y que también me interesaba. Y el tiempo nos ha demostrado que era una necesidad social. Estoy convencido de que estábamos en el camino correcto. La arquitectura tiene que caminar hacia ahí, hacia un encuentro con lo social, al nivel que sea, de infancia o de comunidades de cualquier tipo, y de la mano del servicio público.