Terapia colectiva con la doble fila

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

13 may 2017 . Actualizado a las 13:36 h.

Qué cruel es eso de salir del trabajo a las tres con el tiempo justo para comer antes de regresar, con los jugos gástricos danzando por el aparato digestivo y la boca hecha agua intuyendo la tortilla de patatas que humea en la cocina de casa, y encontrarte con un inoportuno coche en doble fila que te impide salir. Es una tortura digna de los más finos maestros orientales y, sin embargo, todo hay que decirlo, la doble fila tiene su vertiente positiva, la capacidad para unir a los vecinos del barrio en aras de la Justicia.

Veamos el caso de Moncho, que hace apenas unos meses salía de trabajar a las tres menos cuarto y se encontró una furgoneta destartalada que bloqueaba su automóvil en un lateral de la avenida de Oza, delante de un bar. Comprendió enseguida que se quedaba sin tortilla y, tras asegurarse de que el conductor no estaba de vinos en el local, se volcó con la mano y medio tórax sobre la bocina, en actitud tan incívica como comprensible, para ofrecer un concierto de corneta en el bulevar. Pasados unos minutos estériles salió del coche con un cabreo del nueve largo. Iba a telefonear a la policía cuando se sintió observado: decenas de vecinos lo miraban fijamente desde portales y ventanas con la desconfianza de una escena de película del oeste.

Cerró el móvil después de dar parte a los agentes y fue entonces cuando la dueña del bar le susurro desde la entrada: «Es el del 37, como siempre». «¿Cómo dice?», preguntó Moncho sorprendido. «El portal. El número 37», insistió ella. Así que allá se fue, recuperada por un momento la ilusión del almuerzo, pero se encontró con un montón de pisos en la botonera. Iba a tirar la toalla después de varios intentos fallidos, cuando escuchó otra voz. Desde el edificio contiguo, un hombre mayor acodado en la ventana del tercero le chivó: «Vive en el quinto». Desde los portales, varios residentes asentían con la cabeza. «Insista, que está al fondo con la televisión y no oye nada», apostilló el informador.

Llegó la Policía Local con la grúa, y los curiosos de los portales salieron en estampida para tomar posiciones más elevadas y disfrutar de la escena desde las ventanas, confiados en que, ahora sí, bajaría el de la furgoneta para evitar el multazo. Pero la decepción fue tremenda, hasta el punto de que algunos volvieron a la calle para timbrar personalmente en el domicilio del infractor. Ni así. El volumen de la tele debía de ser escalofriante, pues los lugareños se quedaron sin función.

Es indiscutible que los psicólogos tienen una mina en la terapia colectiva de la doble fila. Allá quedaba la gente en la calle cuando Moncho pudo llevarse del barrio sus jugos gástricos, con la dueña del bar dispuesta a pagar unos cafés si el vecino del 37 salía de la cueva. La tortilla, por cierto, ¡extraordinaria!