Con puntualidad británica las demandas laborales reviven y se convierten en movilizaciones cada cuatro años. Las que tienen que ver con la Administración, claro, pues la experiencia de quienes cogen las pancartas les dice que con las urnas cerca la sensibilidad es mayor.
No se trata de poner en duda la legitimidad de las demandas de los agentes de la policía local, que a fin de cuentas tienen un acuerdo firmado desde hace años que, por el motivo que sea, no se les ha aplicado, pero una vez más las quejas llegan al final de la carrera, no el medio.
Tampoco se duda de las pretensiones de los bomberos, pero de nuevo las coincidencias cronológicas huelen a amenaza. Al final, al ciudadano que asiste el espectáculo le suena a oportunismo, y hasta es posible que frunza el ceño ante la posibilidad de que, por evitarse problemas, los gobernantes de turno abran más el grifo de los fondos públicos, esos que se llenan con los impuestos de todos.
Los tiempos, a veces, pueden ser importantes, y el ciudadano admitiría mejor ver cómo se echa el pulso en terreno neutral, y no en un momento en el que los que toman decisiones sobre lo público se juegan, directamente, buena parte de su futuro. Querer mejorar es legítimo, pero siempre parecerá más sano cuando la música no suena a chantaje.