Ser o no ser de la plaza de Vigo

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

En el barrio de gama alta resisten iconos como El Toro o la camisería Gala

07 dic 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

En el cole, mucho antes de que llegasen los politólogos de la Complutense con sus cuentos para no dormir sobre la casta parasitaria y las élites extractivas, ya aprendíamos a las bravas en qué consiste la división de la sociedad en clases. Había tres buses para volver a casa. El número uno era el que iba al centro puro y duro; el dos iba por el centro bis: Cuatro Caminos y alrededores; y el tres era el de la masa, los que vivíamos más allá de la Coraza, en Riazor o la ronda de Outeiro. Por supuesto, nuestro autobús era de largo el más cachondo, algo que ya habíamos descubierto por aquel entonces al leer a Twain: cuando Huckleberry Finn le suelta a la tía Polly que prefiere irse al infierno, que es donde está toda la gente divertida, y no al cielo, porque en el cielo están todo el día tocando arpa.

Luego el tiempo pasa y te crees, ingenuo, que las barreras sociales han caído, hasta que te encuentras a una señora de la plaza de Vigo y te aplica el tercer grado, si te has casado, si tienes hijos y dónde vives.

-En Monte Alto.

-¿Y eso está en Coruña?

Ser de la plaza de Vigo, pero de la plaza misma, consiste en soltar preguntas de ese estilo sin que te tiemble el pulso. Aunque una de las mejores definiciones es la que dio mi amigo Pablo Portabales sobre su calle, Emilia Pardo Bazán, que también es plaza de Vigo en estado puro:

-Aquí los contenedores de la basura deberían ser de Finisterrae.

Finisterrae, faltaría más, es una tienda de diseño en la que lo más barato que puedes hacer es mirar el escaparate como Audrey Hepburn en el arranque de Desayuno con diamantes.

Para entendernos, si Ana Mato tuviese que instalarse en A Coruña, viviría en la plaza de Vigo, donde podría sentarse en la terraza de La Nueva Hacienda o Central Park y repetir sin pestañear la frase más pija de la historia que, según Montano y Jabois, fue la respuesta a cuál era su momento favorito del día:

-Por la mañana, cuando veo cómo visten a mis niños.

La plaza de Vigo es un barrio de gama alta, como de importación, que nació a partir de un párking con unas losas y unos columpios encima. En las calles de alrededor, que son la prolongación de la plaza por otros medios, hay mucha boutique y mucha peluquería fina.

Pero en los viejos tiempos la plaza de Vigo era el cine Equitativa, que ahora es la sede del Registro Civil, así que más o menos donde antes se daban el lote las parejas, ahora esas mismas parejas contraen matrimonio para magrearse, pero con papeles. En la parte de atrás del cine, en Pintor Joaquín Vaamonde, había en los ochenta una discoteca que primero se llamó Tuco?s y luego Caselly, un local de pijerío fino que al final engulló el Equitativa para abrir más pantallas cuando la fiebre de los multicines. En Tuco?s los que de adolescentes teníamos cara de pasmones nunca podíamos entrar porque, además de tener cara de pazguatos, no teníamos edad, ni siquiera DNI para andar de discoteca.

Ya no está el cine, ni Oslo, ni Venus, ni el Marabú, que era algo así como el gobierno en la sombra de la plaza de Vigo, ni la cafetería Marte. Marabú y Marte en el fondo eran un poco sucursales del Manhattan con sus señoras siempre recién salidas de la peluquería del viernes por la mañana, aunque fuese martes por la tarde.

Tampoco está el Gasógeno, donde los callos eran arte, pero hay gastrotecas y vinotecas a patadas. Sigue en pie el mesón O? Bo y su tapa de tortilla o de bravas, y, por supuesto, están Berna y sus milhojas y la confitería Glaccé, donde A Coruña guarda cola durante horas cada mañana de Reyes para comprar su roscón de Pascua.

Glaccé tenía antes en la trastienda una especie de pub, con una decoración muy setentera, muy de peli de James Bond, con unos volúmenes haciendo como estalactitas de hielo por las paredes. La verdad es que no sé si el local sigue abierto, porque tengo menos vida social que la madre de Norman Bates, pero recuerdo que se paraba mucho allí antes de volver a casa, pillabas los cruasanes de primera hora de la mañana y, en la puerta de al lado, te tomabas la cerveza de última hora de la noche. Qué paradoja.

La plaza de Vigo tiene su caballo de Troya en Federico Tapia. Se llama Mesón El Toro. Está igual que hace treinta años, cuando Agarimo ponía en frente su toque Hombres G.

La misma cabeza de toro disecada en la pared y la misma partida de tute en la mesa del fondo. Creo que hasta hay un tipo en la barra que lleva en El Toro desde 1989, agarrado a su vaso de tubo y mirando a la nada, o sea, a la tele.

A veces tropiezas con unos individuos que trasiegan cerveza con su jersey rosa por los hombros. Parece que se acaban de escapar del cumpleaños de Ana Mato, pero detrás de la barra está Emilio, que tiende a la izquierda, y les rompe el discurso con una de sus legendarias sentencias. Al Toro puedes volver veinte años después y Emilio te recibe como si hubieses estado allí esa misma mañana, a la hora del vermú.

-¿Una Estrella?

-Venga.

En Federico Tapia tampoco está ya el videoclub, que era donde se paraba antes de ir al Toro. Creo que ya no queda ningún videoclub en la ciudad. Eso de que el vídeo iba a matar a la estrella de la radio al final quedó en nada.

En la esquina resiste, como un museo de sí misma, la Fábrica de Camisas Gala. Allí empezó Amancio Ortega. Casi nada.

Antes la plaza era sobre todo el cine Equitativa, ahora sede del Registro Civil