La otra calle de Wenceslao

A CORUÑA

Torreiro fluye a la sombra de Las Viudas y de la prosa de Fernández Flórez

19 oct 2014 . Actualizado a las 11:01 h.

A Torreiro se llega sin rodeos, a lo grande, desde la calle Real. A mano izquierda estaba la difunta taberna La Traída, más conocida por Las Viudas, que eran las dos hermanas que regentaban el local con buen ribeiro y una mala uva que las hizo legendarias entre la clientela. También les llamaban las Rubias y otras lindezas, aunque en realidad solo eran solteras y se llamaban Mari Carmen y Delsidia, pero Delsidia era más conocida entre los parroquianos como Sisa:

-Sisa, una de parrochitas.

Era una tasca solo para asiduos. De las de serrín en el suelo, taza de vino de Ventosela y una carta sencilla: chicharrones, queso del país (de Sobrado dos Monxes) y empanada de parrochas. Nada de nitrógeno líquido ni chorradas deconstruidas. Lo único deconstruido era el baño -una de aquellas históricas porcelanas de pedales-, que estaba en un patio interior donde dormitaba un perro que ladraba con desgana a los meones. Hasta que un día llegó Sanidad y mandó parar.

Otro día fue Hacienda la que llegó por correo certificado pidiendo a las dueñas que le pagasen un céntimo de euro. Y las Viudas pagaron muy religiosamente su céntimo, pero plastificaron la carta de Rodrigo Rato y la colgaron en la pared, junto a la caricatura de Arsenio y el escudo del Dépor, para cachondeo de los santos bebedores que echaban su mus entre taza y taza.

En Torreiro, esquina a Galera, está viva otra leyenda de la hostelería, La Bombilla, donde lo que se estila es un corto de cerveza apurado en la barra mientras te pasan por delante las bandejas selfservice con tapas de tortilla, chorizo con patatas y milanesa. A los guiris del Erasmus les hace mucha gracia La Bombilla y enseguida se aficionan al recetario histórico de María, que ellos pronuncian en un castellano entre alemán y apache pasado por el maestro Yoda y mucha Estrella.

Ya no están tras la barra los hermanos Suso y Alberto, quienes, de paso que te acercaban la bandeja para que echaras la mano al pincho, te soltaban siempre algún vacile, para que no bajases la guardia. Lino y Mari, que ahora atienden el bar con mucho cariño, son fieles a uno de los iconos del diseño de la casa: los servilleteros siguen siendo botes de Cola-Cao reciclados.

En Torreiro quien manda mucho es Inditex, que tiene dos Massimo Dutti y un Lefties. El Lefties fue toda la vida el Zara de Torreiro hasta que, en el carrusel de los rediseños y las estrategias, cambió de marca y de muestrario. En frente, donde se levantaban hace años los almacenes Barros, hubo durante un tiempo un Bershka, justo en el lugar en el que ahora han abierto un bar de gin-tonics de esos que, en lugar de una carta, tienen una enciclopedia de ginebras. Y otra para las tónicas, por supuesto.

A los almacenes Barros se los llevaron con los pies por delante las nuevas tiendas, los nuevos tiempos. Pero en la esquina con la Galera resiste, incombustible, la carnicería del portal 14 accesorio, con su balanza romana y sus históricos autómatas en las vitrinas: un carnicero estilo Yul Brynner, otro que gasta visera de Morcillas Mouriño y un cerdo que lleva treinta años (o más) diciendo que no con la cabeza. Con lo misma obstinación que decía que sí aquel perrito que cabeceaba sobre un tapete de ganchillo en la bandeja de los coches de la dichosa transición.

También sigue en pie la casa donde nació Wenceslao Fernández Flórez, quien junto a Julio Camba fue el primer explorador de aquello que luego se llamó nuevo periodismo o periodismo literario, aunque, como se ve por las fechas, en realidad el nuevo periodismo ya tiene cierta edad.

Ya nadie se acuerda de Wenceslao -ni siquiera tiene la suerte póstuma de estar de moda, como Camba-, así que los únicos recuerdos que nos quedan son un par de estatuas (una en Méndez Núñez y otra en la plaza del Humor) y la placa de mármol de Torreiro 18.

En un célebre artículo en el que bautizó su ciudad como El barco inmóvil, Wenceslao también clavó la vocación genuina de A Coruña:

-La principal ocupación de sus moradores es andar por la calle.

Wenceslao fue un pionero porque a él lo mandaban, por ejemplo, a cubrir un partido de fútbol del Alcoyano y no se fijaba en los goles, sino en los vicegoles:

«Pero chuten mal o chuten bien los alcoyanos, he de proclamar que, por lo que llevo visto, son los reyes del vicegol. Sí, han conseguido vicegoles escalofriantes, de esos que rozan los largueros o que cruzan como bólidos ante la puerta».

Fernández Flórez gasta calle propia en la otra punta de la ciudad, al final de Juan Flórez, donde hacía esquina la cafetería Plutón, cuando en la hostelería estaba de moda poner nombres de planetas -Marte y así- a los locales, como si Flash Gordon fuese a entrar por la puerta de la mano de Dale para pedir un par de carajillos y media docena de churros Bonilla.

Antes de largarse a Madrid y Cecebre, Wenceslao vivió en La Franja, en San Andrés, y en la calle Alameda, pero nació en un primer piso de Torreiro y, por eso, Torreiro es la calle de Wenceslao, diga lo que diga el plano:

«En la casa de Torreiro 18 no estuve más que los dos primeros años de mi vida, pero la pude contemplar largamente porque luego nos trasladamos a la casa frontera, la número 15».

En aquellos días Wenceslao aprendió lo que era la literatura a pie de obra, abriendo mucho los ojos y las orejas desde su balcón:

«Recuerdo de aquellos años de mi infancia que en el portal de la número 18 se instaló después un ?memorialista de portal? que hubo en La Coruña. Era un hombre entre los cuarenta y los cincuenta años, de barba corta y aún más rubia que canosa; usaba chaqué y sombrero de media copa. Acudía a él mucha gente a redactar instancias y su clientela principal la componían aldeanos que escribían a sus casas y criadas que contestaban a sus novios. El memorialista se apellidaba Deive y repetía en alto lo que iba escribiendo. Como su voz era recia y la calle estrecha, los vecinos nos enterábamos de cuanto iba dictando la rapaza enamorada o el solicitante de turno».

Tal vez esto de la crónica tampoco sea tan diferente de lo que hacía aquel memorialista de portal de Torreiro 18. Al fin y al cabo solo escribimos lo que otros nos cuentan.