Duelo familiar sobre el tablero

A CORUÑA

El padre enseñó a jugar al ajedrez, su pasión, a su hijo cuando este era solo un chaval. Ahora, se ha convertido en su más duro rival en los 64 escaques

06 jul 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

En el salón de la casa de Alfonso Camarero uno encuentra infinidad de discos por todos lados y un par de dameros. Uno de ellos soporta una cruenta batalla entre los ejércitos blanco y negro, capitaneados uno por el anfitrión, y el contrario por su padre, Luis, un octogenario al que la edad no ha conseguido templar el ánimo: «Estás empezando a fastidiarme de verdad -le espeta a su vástago tras un movimiento de caballo de este-. Pero, ¡quién te habrá enseñado a ti a jugar a esto!». El culpable es, por supuesto, él mismo.

Este músico militar retirado, clarinete solista, nació en Burgos pero es coruñés por devoción: «Llegué aquí en 1963, después de dar la vuelta a España. Cuando me cambiaban de destino, lo único que pedía es que fuese a una ciudad con playa». Su querencia por los arenales le llevó a comprarse una casa a pocos metros del Orzán. Y su afición por el ajedrez terminó haciéndole presidente de la sección dedicada a este juego que es más que un juego en el Circo de Artesanos entre los años 1985 y 1987. «Creo que fui autodidacta. Solía jugar en un bar, cuando vivía en Santander, y unos señores me ficharon para formar parte de un equipo. En verdad me llevaban de esparrin, para que entrenasen los que iban a jugar el campeonato de España», recuerda. Una vez instalado en A Coruña, no le costó demasiado encontrar con quién compartir tablero: «En el Circo de Artesanos había muy buenos ajedrecistas».

Intentó inculcar su gusto por los alfiles y las torres a su hijos: «De los cuatro que tengo, solo Alfonso se aficionó. A las otras tres, chicas todas, no les terminó de convencer». Pero al varón le dio fuerte: «Desde los ocho años estuve participando en torneos, y aún conservo algún trofeo. Pero al llegar a cierta edad lo fui dejando hasta hace unos años, que lo cogí otra vez», cuenta Alfonso, que milita en el club de ajedrez de la Sagrada Familia: «Es que en el de Artesanos, donde está mi padre, hay menos juventud», alega.

En el ajedrez, de todos modos, la edad poco importa: «Un chaval de diez años puede vapulearte. Todo depende de la capacidad de concentración y la memoria, algo que puede tener un niño más desarrollado que un adulto», asegura Alfonso. En este sentido, Luis recurre a un proverbio hindú para destacar que no existen fórmulas mágicas que garanticen el éxito: «El ajedrez es un lago en el que un mosquito puede nadar y un elefante ahogarse».

El veterano jugador echa de menos que se enseñe ajedrez en las escuelas, mientras que Alfonso no cree que sea del todo apropiado para los más jóvenes: «Es muy cruel. El fracaso en una partida debes asumirlo solo, sin que la responsabilidad se diluya entre un equipo», opina el técnico de sonido, licenciado, por cierto, en Filosofía. De todos modos, la afición que hay en España goza de muy buena salud. «Después de Rusia y Alemania es el país europeo con más aficionados», apunta.

Sí es cierto, sin embargo, que llegada una edad los chavales suelen tirar por emociones más aeróbicas, como el fútbol: «Es normal. La verdad es que con esto se liga más bien poco», explica entre risas el hijo, que asegura que está dominando la partida: «Tengo los peones mejor colocados y el centro del tablero es mío», afirma mientras su padre clava la mirada en la jugada, mueve una pieza, pulsa el cronógrafo y exclama: «¡Eso todavía está por ver!».