11 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Librarse de las multas de tráfico se convierte cada vez en tarea más difícil. No hace falta ser un conductor desaprensivo. Puede quedarse sin algún punto o tener que afrontar un pago pese a ser uno el más precavido al volante y seguir a rajatabla todos los límites de velocidad sin apurar ese escaso porcentaje entre el real y el que salta el radar. ¿Por qué? Hay contaminación de señales. Son tantas las que nos vamos encontrando al circular por una carretera nacional, que es casi imposible saber cuándo termina la prohibición de ir a más de 50 por hora y si en ese momento ya puede pisar el acelerador hasta alcanzar los 70, 80, 90 o 100. Ni tan siquiera puede usarse el sentido común mirando hacia los lados. A veces, en zonas pobladas está el límite a 50 y, en otras ocasiones, ni tan siquiera lo hay o es muy superior. Y para complicar todavía más la conducción, por si fuera poco, es que el criterio puede incluso variar en el mismo tramo.

En un sentido se puede encontrar que tiene que transitar a 50 y, en el otro, a 70. Además, por citar un ejemplo, en la carretera entre Ponte Ulla y Santiago, en lo que va de año, se han incrementado en dos los tramos considerados como urbanos. Con toda esa mezcla, ni el conductor más prudente puede garantizar llegar a casa sin una multa cada vez que coge el coche. Y eso ya por no hablar por esas señales de obras pese a no haber ninguna actuación en la calzada.

Quizás la solución esté en iniciar una campaña de recogida de firmas para solicitar un número máximo de señales por cada kilómetro de red viaria. La otra es ir por autopista, si es posible, pero ni ahí hay garantías de una señalización racional.