«Os últimos discos de Bob Dylan son como un tratado de filosofía»

Tamara Montero
tamara montero SANTIAGO / LA VOZ

CARBALLO

xoan a. soler

A golpe de guitarra hace un repaso por la trayectoria del cantautor estadounidense

01 feb 2017 . Actualizado a las 16:00 h.

Un consejo. No hay que fiarse de aquellos que dicen que no les gusta Bob Dylan. Porque ha habido -hay- tantos Dylans que es casi imposible no enamorarse de una letra, de un ritmo, de un acorde, de un golpe de armónica. De cómo describe ese sentimiento que todos hemos sentido. De cómo se enreda en la tristeza. De la denuncia social. Del country y de la música tradicional. Del folk y del rock and roll. De alguno de esos Bobs que ayer mostró el periodista y músico Eduardo Herrero a los alumnos del IES Antonio Fraguas. Letras desnudas. Una guitarra. Una armónica. No hizo falta nada más para empezar a rodar por la autopista 61. Por el universo Dylan.

El Big Bang. Nace el ídolo de juventud. La canción protesta. Masters of War. «Pensade como conmove un mozo tan novo, que ninguén coñecía, que de súpeto empeza a cantar polos cafés cousas así. A xente empeza a falar del. Empezan a aparecer reseñas na prensa». Dylan comienza a sentirse incómodo con las etiquetas. Tras la explosión inicial, la expansión. La primera rebelión, «marcada por incluír temas nos seus discos que non teñen nada que ver con isto do que vos contei o de agora». Empieza a hablar de amor. Y de desamor: Don’t think twice. It’s allright.

Y se forman las galaxias. La del folk. La que abrazó en un primer momento, de «guitarra acústica, de canción de discurso social, de crónica da súa época». La del rock and roll. Una evolución considerada como una traición. «Fai unha primeira xira coa súa banda na que incluso chegan a chamarlle Xudas». A él le dio exactamente igual. «Sabían que antes ou despois ía probar que estaba facendo o que debía». Y la supernova estalló con tres discos de mediados de los 60, «considerados o seu primeiro cumio creativo». Fue el primer talento individual «insuflando cousas nas cancións de rock un pouco máis densas, un pouco máis profundas». Un bala perdida rodando por la autopista 61. «Cando xa era unha estrela, volve o espírito rebelde». Entra en la órbita del country.

«Casa coa primeira esposa, marcha a vivir ao norte do estado de Nova York e ten tres fillos». Toda la carga de profundidad de sus letras se desvanece. Se quita los zapatos. Corre la cortina. Y escribe I’ll be your baby. «Por suposto as críticas que reciben eses discos son penosas». Otra vez, le da igual. Su vida personal es plena. Resurge. Con una canción para su hijo Jakob. Forever Young. Hasta que lo absorbe el primer agujero negro: el divorcio. Blood on the Tracks recupera la carga filosófica «e o que fixo foi practicamente retransimitir o seu proceso de divorcio de maneira sutil». Y después, como un huracán, regresa con Desire a su música la canción protesta. Contando la historia de Huracán Carter. El divorcio lo lleva a consolarse con la religión «mentres no mundo o que empezaba a estar de moda era o punk». Estaba en otro planeta. Escribiendo canciones sobre Jesucristo «como se tivera o seu número de teléfono». Otra vez críticas demoledoras. Otra vez le dio igual. Pero suavizó el mensaje. Y fue absorbido por la antimateria: los 80. «Fixo videoclips atroces, demoledores. Quixo soar como Madonna». La década perdida. A principios de los 90, atraviesa un agujero de gusano: «Trinta anos despois queda só coa guitarra acústica e grava cancións tradicionais». Confía de nuevo en sí mismo. En todo su universo. «Os últimos discos son como un tratado de filosofía». Está de vuelta de todo. Ha navegado un universo entero. Y las cosas han cambiado.