Mirequelledigo

Maxi Olariaga LA MARAÑA

CARBALLO

28 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Manoel Dacosta, buen amigo, cultiva un personaje con el que habla, discute, razona y hasta se cabrea, como aquel atribulado niño de la película de Stanley Kubrick, El resplandor, que se defendía de su soledad recorriendo a toda velocidad en su triciclo los rojos y desiertos pasillos del hotel de montaña en el que su padre (Jack Nicholson) se volvía loco tratando de escribir su redención. Aquel niño hablaba con su dedo índice.

Manoel también se inventó un camarada de charla y confianza en el que duplicar sus alegrías y sus desencantos. Le puso por nombre Mirequelledigo, vamos, el más genuino del santoral gallego. Así es que cuando pasea por Vigo y espera en una acera a que verdee el semáforo, Mirequelledigo suele darle cháchara con tal o cual obra urbana mal rematada o maldiciendo el devenir político. Manoel le da bola porque bien sabe que es inútil contradecirle y además es muy consciente de que Mirequelledigo tiene más razón que el Meteosat de Pemán.

El pasado domingo, cuando Manoel se dirigía a votar a su colegio electoral, Mirequelledigo le sacudió la badana: «Pero onde vas, paisano? Deixa iso e imos ata o Berbés que hai gaivotas dabondo!» Manoel lo miró por encima del hombro y como quien habla con las paredes, le espetó: «Que saberás ti, parvo?» Así que entrando en la sala se enfrentó a la urna y una vez hundida su voluntad y su papeleta en la tragedia, Mirequelledigo ladeó la sonrisa. «Veña, Manoel, ánimo! Agora que xa votou, veña comigo e fágame caso. Imos ata o Berbés e olle como, por moito que o intente, hai máis gaivotas que xente. Dígollo eu coma que me chamo Mirequelledigo».