Obras

Maxi Olariaga LA MARAÑA

BARBANZA

26 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Mi casa es mi luz, mi pozo blanco. Mi casa es mi patria, mi última frontera y mi refugio. En ella vivo ajeno al desafuero y a la ira que abanican estos tiempos. Aquí, a salvo de las horas aciagas que inflaman las tinieblas exteriores, resuelvo mi pena y mi gloria. Solo, respirando con las gentes que amo, me siento seguro y desde mi atalaya compruebo que ni los dardos ni las balas alcanzan la altura de mi estancia colgada de los cielos. Todo es sublime y todo, como un engranaje de estrellas, funciona con el rigor pluscuamperfecto del universo. Pero toda esta ingeniería de luz y oro fino, esta «descansada vida del que huye del mundanal ruido» (Luís de León), se quiebra como los grandes hielos azules del Ártico y el orden y la precisión se abaten con estruendo sobre las escaleras y el tejado, penetrando como una riada de verano en el rincón donde te guardas a ti mismo de los miedos exteriores.

Basta un grifo pasado de rosca, un plato de ducha que se quiebra o una cerradura atorada, para que tu residencia pacífica e ingrávida, sea invadida por un pelotón de fontaneros, albañiles o cerrajeros que arrasan la inocencia de tu estancia, aterrorizan a tus libros o arrinconan a tu mecedora dejándola patas arriba injustamente condenada al olvido. El aire dulce que habitaba a un metro del techo, huye despavorido por las ventanas abiertas de par en par y los golpes brutales de las herramientas degüellan la garganta feliz de la galería. Todo es destrucción. Con los ojos vendados, dando la espalda al paredón, hace tres días que espero que el pelotón abra fuego. Siguen ahí. Tal vez me ejecuten hoy o, tal vez, todo sea una pesadilla.