Un día cualquiera (I)

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

06 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Hora: 3.17. Vaso de whisky en la mesilla. Voy al baño y expulso las entrañas y el alma por la boca. Es bonito estar vivo. En el cagadero; como flores muertas, ahí yacen todas las palabras que no hablan de ti. Me pongo un disco de Cohen, bebo y leo a Valle-Inclán, el único loco que entendió esta mierda. No me importa que los días pasen sin más, ninguno es un día perdido porque todos me matan.

Llovía como cuando mataron a Héctor en Troya y decidí salir. Póngame una cerveza, posadero, no sea que sea no. Y al banco me fui. En la cola de seis personas estuve contemplando la foto de mi exmujer que llevo en la cartera, como un soldado de Vietnam que guarda en el casco una foto de su amada Mary Sue. Qué guapa estaba. Llegó mi turno, saqué toda la pasta.

Me fui al casino de Pontevedra, en poco tiempo había perdido casi todo. Cansado, hice una última apuesta. Gané. Hice otra duplicando lo apostado. Y otra. Y otra. Las gané. Al final de la noche tenía más un millón.

Me colé en casa de mi ex y besé a mi hijo durmiente. «Aquiles, sé valiente», le dije. Esparcí todo el dinero en su cama y escribí algo en un papel que dejé colocado en la Ilíada que mi padre me había regalado y que yo regalé a mi hijo; justo en el canto XXIV, cuando el rey Príamo habla con Aquiles para pedirle, besando las manos de su asesino, que perdonase a su hijo. Me fui de allí y me arrojé, ausente, a las vías del tren. En la nota de la Ilíada había puesto: «Ojalá tú también me perdones». Espero que algún día me lea, pues yo existo en esta página mejor de lo que he vivido jamás en mi vida.