El laberinto recto

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

BARBANZA

02 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Mi cuarto no tiene nada de especial; aparte de ser mi cuarto y tener muchos libros, es un cuarto como cualquier otro: con una cama, una mesilla, una ventana y una puerta… Por eso, este jueves me sorprendí mucho cuando, al despertar, vi dos puertas en el lugar donde antes solo había una. Dos puertas cerradas exactamente iguales, una al lado de la otra. Todo lo demás parecía no haber cambiado.

¿Qué puerta debía abrir? ¿Qué hay al otro lado? Tantas preguntas se amontonaban en mi cabeza que se me olvidó subir una foto a Instagram, imagínense. Respiré profundamente intentando calmarme y racionalizar este imprevisto. Dice la física cuántica que todo lo que tiene probabilidad de suceder, sucede. Tengo algunos libros de Hawking por aquí, pero no me iba a dar tiempo a leerlos y resolver la fluctuación dimensional antes de ir a trabajar. Descarté la idea.

Lo más probable, pensé, era que una de las puertas fuera la original, la que me llevaría a mi vida de siempre, con mis penas de joven Werther, pero sin ser joven y mis cosas. Esa es la puerta que debería abrir para no llegar tarde al trabajo. La otra puerta, sin embargo, era una incógnita, a lo mejor me llevaba al lugar en el que me atreví a arrancarme la máscara e izar la bandera negra; donde no tuve piedad o donde tuve demasiada, la puerta a donde voy cuando escribo. ¡Sí! ¡Esta será mi elección!

Y, al acercarme a abrir la puerta del anhelo, vi en ella un diminuto pósit con mi letra que rezaba: «Ve por la otra». Hice caso y ahora, como cada mañana frente al espejo, procedo a ataviarme con mi fracaso diario.