La infancia

Juan Ordóñez Buela DESDE FUERA

BARBANZA

13 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

M uchos han definido la infancia como una patria entera, el lugar al cual volvemos, quizás para entendernos. Mario Benedetti decía que la infancia era un privilegio de la vejez y Graham Greene escribió una intensa frase: «Todo niño viene al mundo con cierto sentido del amor, pero depende de los padres, de los amigos, que este amor salve o condene». Casi todo ha sido dicho sobre esa etapa del ser humano que puede conciliar a los ángeles del amor o a los demonios del desamparo. Somos lo que hemos sido, porque es el comedor de casa donde aprendemos la gramática de la vida, tanto si nos aman, como si nos destruyen. Y los que hemos tenido la suerte inmensa de vivir una infancia feliz retornamos una y otra vez a ese lugar de la memoria, donde nos sentimos seguros.

El 6 de enero es un día en el que los niños triunfan, por encima de las miserias de los adultos. Muchos ya tuvieron su dosis de regalos y emociones. Otros hurgaron, ávidos y nerviosos, en el saco de Papá Noel. Y otros vieron llegar esa noche a sus Reyes particulares. En todos los casos, lo que reina de verdad es esa inocencia brillante que solo se puede tener en la niñez. Y a través de los nervios y emociones de nuestros locos bajitos dejamos caer nuestras máscaras adultas, relajamos las tensiones de nuestras cuitas e incluso, si somos valientes, nos dejamos llevar por la propia capacidad de ilusionarnos. Gozar, esperar, anhelar, desear, emocionarse a través de los ojos de los hijos son formas intensas y revolucionarias de volver a vivir. En noches como la de Reyes, lo esencial retorna al primer plano y, por unas horas, triunfa sobre lo importante y lo urgente. Confieso que soy feliz cuando, palo en ristre, canción en boca y con todos los míos al lado, le doy las gracias a Dios, que sobrevive a nuestra desaforada paliza desde hace décadas. Y en ese tiempo compartido con las muchas edades de mi familia, la infancia nos retorna y nos sobrecoge. Solo hay algo parecido a la ilusión de un niño, la de un adulto viviendo la ilusión de un niño.