El veto no le permitió competir a Kleber Mendonça por el Oscar

víctor rodríguez

BARBANZA

cedida

A pesar de ello, el realizador brasileño ha cosechado un enorme éxito con su segundo largo

10 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

2016 • Brasil, Francia • Kleber Mendonça Filho • Sonia Braga (Doña Clara), Maeve Jinkings (Ana Paula), Irandhir Santos (Roberval), Humberto Carrão (Diego) • Que la censura sigue acompañando los pasos del ser humano es un hecho. Lo que pasa es que a estas alturas de existencia, en un mundo tan interconectado, consigue el efecto contrario al buscado.

Aunque en muchos países se ha pasado cinematográficamente de la censura previa de la obra a la recomendación por edades, no dejan de llegar noticias sobre lo sucedido en otros. Uno de los casos más graves es Irán, donde directores reconocidos a nivel internacional siguen conviviendo con ello, hasta el punto de que Jafar Panahi fue condenado en 2010 a seis años de cárcel y 20 de inhabilitación por «actuar contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el estado».

Sin llegar a ese extremo, pero partiendo de la misma base, el segundo largometraje del realizador brasileño Kleber Mendonça Filho, -estrenado en Cannes y mostrado en los festivales internacionales de cine más importantes, premio Fipresci en La Habana, Mejor Película en Sídney, y con una multipremiada actuación de Sonia Braga-, obtuvo el veto del gobierno de Michel Temer, por lo que Doña Clara no fuera la elegida, como se daba por hecho, representante brasileña para los Oscar. Acto que llevó a declinar ser seleccionados, en apoyo al realizador, a directores de la talla de Gabriel Mascaro, Anna Muylaert y Aly Muritiba.

El argumento

Sonia Braga, tras el auge de su carrera cinematográfica a finales de los ochenta y principio de los noventa en los que trabajó a las órdenes de renombrados directores como Héctor Babenco, Robert Redford y Clint Eastwood, encarna en Doña Clara a la única habitante del vetusto edificio Aquarius, siendo el único obstáculo para el nuevo proyecto inmobiliario liderado por Diego, un sonriente pero insistente yuppie de la urbanización agresiva.

Recife, urbe natal del realizador y metrópolis costera de casi cuatro millones de habitantes, ha tenido una explosión urbanística descontrolada en los últimos años con evidentes consecuencias en el paisaje humano y patrimonial. El filme es una crítica al voraz apetito de las inmobiliarias del Brasil contemporáneo y un homenaje a un tipo de personajes en extinción: Clara es una ex crítica de música que aún lee diarios en papel, escucha vinilos, desprecia la música en streaming, y pertenece a una familia tradicional de la izquierda brasileña, anterior al Partido de los Trabajadores, y de ideología no compartida por el actual presidente de Brasil.