De lo sagrado

Estevo Silva Piñeiro SOSPECHOSO HABITUAL

BARBANZA

20 jun 2016 . Actualizado a las 22:03 h.

A pesar de no tener la virtud de la fe y ser un ateo recalcitrante, debo reconocer que la historia de las religiones, y muy especialmente la católica, siempre han sido objeto de mi predilección más absoluta. Me pasé buena parte de mi infancia rezando y escuchando misa junto a mi abuelita y, con el paso de los años, terminé por rechazar esa fe llena de promesas fantasiosas. Curiosamente me pasó algo parecido con los huevos fritos: comí tantos de pequeño que ya no los puedo ver delante.

El miedo a la muerte es poderoso, y supongo que es este miedo lo que sustenta a la religión, de lo contrario resulta difícil entender como se puede continuar perteneciendo a una organización que lo único que ha hecho en la historia de la humanidad es contradecir y ultrajar la mayor parte de las enseñanzas de su Mesías.

Hay que reconocer los méritos del nuevo papa intentando abrir las ventanas y ventilar -el último que lo intentó, Juan Pablo I, duró un mes-, pero hay mucho polvo acumulado en esas viejas estanterías desde el concilio de Nicea en donde hombres -no dioses- eligieron cuatro evangelios poco diáfanos entre más de cuarenta.

Afortunadamente la necesidad de nuevas vocaciones ha hecho que la irrupción de la mujer en el sacerdocio sea solo cuestión de muy poco tiempo. Quizá entonces, con la llegada de mentes más sensatas y delicadas, pueda llegar algún tipo de democracia a la iglesia católica. Hasta entonces, como en Boiro, el que manda, manda. Los creyentes fieles a las escrituras deberían seguirle incluso a un precipicio si fuera menester o hacer un Enrique VIII. A él le salió bien.