«Se me deixaran seguía indo á ribeira»

Bea Costa
Bea costa VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

Lourdes Leiro vivió la «guerra do Castelete» y sabe lo que es perseguir a los furtivos en plena noche

02 may 2020 . Actualizado a las 10:12 h.

Ayer cumplió 78 años y lo hizo en unas circunstancias que nunca había imaginado: confinada en su casa de San Miguel (Vilanova) por culpa de lo que Lourdes Leiro da en llamar «unha peste». En su larga vida nunca se había imaginado verse en estas, y eso que ha pasado muchas. «Daquela tamén houbera unha gripe moi mala, que se te tusían ao lado, escapabas», relata, pero nadie dejó de ir a mariscar por ello. En sus cuarenta años de oficio nunca cogió una baja por enfermedad. Hoy, su hija, que también se llama Lourdes y es mariscadora, ve como un virus la apartó de la playa durante semanas hasta que el lunes, por fin, pudo retomar el trabajo.

Nada que ver con las penosas condiciones en las que iba a trabajar nuestra protagonista, de sol a sol, y cuando las mareas lo permitían hasta se hacían dos secas al día. Y si coincidía con veda, daba igual. «Había que ir traballar e andar a escapar dos quintos e do contramestre para que non te colleran». A ella la pillaron varias veces y en una ocasión le costó mil pesetas de multa.

Lourdes rememora así los años 60 y 70, cuando la Xunta todavía no había tomado las riendas del marisqueo y muchos se aferraban a la filosofía del «mar libre».

No había horarios, no había topes, no había precios mínimos... «Colliamos un caldeiro de berberechos e iamos vender polas portas, ao que nos deran». Tampoco había obligaciones: ni vigilancias ni siembras ni pagos a la seguridad social y eso provocó que muchos se resistieran durante años a la organización del sector, lo cual abrió brechas entre familias y amigos que todavía hoy escuecen.

El culmen de la conflictividad se vivió en 1989, en la que se dio en llamar la guerra do Castelete, que enfrentó a vecinos de Vilanova y Cambados por la explotación del banco marisquero que divide ambos municipios. Aquel episodio propició una batalla campal en la playa, huelgas y odios. «O patrón maior (Eduardo Martínez) sufriu moito por nós, pasáronse moitas», recuerda Lourdes. Pero todo aquello es historia. El marisqueo a pie es hoy una actividad perfectamente regulada que se ha convertido en un pilar clave en la economía de la ría de Arousa. «Agora é unha marabilla. As mulleres baixan un par de horas á ribeira e quédalles tempo para coidar os fillos». Ella tenía que tirar de la horquilla con el agua hasta las muslos incluso estando embarazada; caminar kilómetros con el caldero bajo el brazo hasta llegar a los arenales de As Sinas y lidiar con los furtivos, incluso de noche, porque, entonces, las mujeres también tenían que vigilar la costa al ponerse el sol.

«Témolo pasado mal, pero tamén témolo pasado ben. Baixabamos todas xuntas, falabamos e cando facía calor comprabamos un xeado», relata.

En su juventud, las mujeres no podían alternar como ahora y el marisqueo les permitía, además de llevarse unas pesetas para casa, socializar con las amigas y salir de entre las paredes del hogar. Tanto es así, que Lourdes sigue echando de menos aquella vida. «Se me deixaran seguía indo á ribeira», afirma. «Se un médico pode traballar ata os setenta anos, por que non podo eu?», le espetó hace una década a los funcionarios de la delegación de la consellería en Carril. Para entonces, ya había cumplido los 66 años y, con ellos, los 15 de cotización que le garantizaban el cobro de una pensión de jubilación, pero Lourdes no se resignaba y estaba dispuesta a seguir doblando el espinazo en busca de las preciadas almejas. No pudo ser, de modo que debe conformarse con ver a las mujeres trabajar desde tierra firme y con la crónica de como andan las cosas por la playa en la cofradía que le pueda contar su hija a la vuelta de la faena.

Como otras muchas mujeres de su generación, Lourdes Leiro llegó al marisqueo después de pasar por las conserveras «onde traballabas oito anos e cotizaban catro por ti». Así que un buen día decidió cambiar las latas y el atún por el sacho y los berberechos y aprendió un oficio que después heredaría su hija. «Antes eramos 50 e agora son 300, moitas mulleres queren ser mariscadoras», señala orgullosa, y ella puede jactarse de haber contribuido a abrirles el camino de una vida mejor.