La ciudad también es para los gatos callejeros

Serxio González Souto
serxio gonzález VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

Medio centenar de colonias de felinos deambulan por Vilagarcía; algunas, de muy difícil control. En algunos de estos enclaves, la labor de sus vecinos contribuye a mantenerlas saneadas

27 oct 2019 . Actualizado a las 19:26 h.

Si nadie se encarga de echarles una mano, normalmente comen bastante mal. Cargan a cuestas con parásitos indeseables, están expuestos a un buen puñado de enfermedades, algunas de las cuales pueden ser transmitidas al ser humano, y su esperanza de vida se acorta a la mitad de la de un ejemplar doméstico. En torno a ocho años. Pese al aura de libertad indómita que los rodea, erigidos prácticamente en un símbolo, las andanzas de los gatos callejeros no transcurren, precisamente, entre alegrías para estos pequeños felinos urbanos. Puede sorprender su número, pero la asociación protectora de animales de Vilagarcía contabiliza hasta 54 colonias que deambulan por la ciudad. Pese al trabajo desplegado en los últimos años, a fin de esterilizarlos, alimentarlos adecuadamente y desparasitarlos, su control no siempre es fácil.

Los grupos de gatos callejeros se distribuyen a lo largo y ancho de los tres principales núcleos de Vilagarcía y de sus entornos más o menos rurales, varios de ellos como subcolonias de agrupamientos mayores. Los hay en Matosinhos, A Laxe, A Lomba, A Torre, Aldea de arriba, en Rubiáns, en Ande, Loenzo, Aralde, Bamio, en torno al río de O Con y de los jardines del Doutor Fleming, en Faxilde, en Fexdega, en Fontecarmoa, Galáns, Marxión, Vilaxoán, O Castro y Vista Alegre. Sus fronteras son flexibles. «Los gatos de Matoshinos, por ejemplo, los que viven en la zona de Mercadona, porque hay otra colonia en la parte de la guardería, atraviesan el parque de A Xunqueira y llegan a O Castro», explica Ángeles Cifuentes, la presidenta de la protectora.

En algunos de estos enclaves, la labor de sus vecinos contribuye a mantener una colonia saneada. La ley de bienestar animal establece que quien desee alimentar a los gatos no puede ir por libre, sino ajustarse a una serie de criterios. La comida no debe ponerse en contacto con el suelo, sino en el interior de recipientes. Lo ideal es alimento seco, pienso, nada de las sobras del guiso de ayer. «Para nosotros -quiere subrayar Ángeles- las zonas de O Castro, San Roque y Doutor Fléming, con gente como Loli Sanmartín y Margarita Teijeiro, son un ejemplo de buena gestión, de gente preocupada, que sabe lo que tiene entre manos y cómo manejarlo». Claro que no siempre es así. «Nuestra espina clavada es Vista Alegre», reconoce la portavoz de la protectora, que sabe de lo que habla.

Quienes alimentan a los muchos gatos que rondan el conjunto monumental, al pie del río de O Con, van a su aire. «Allí hemos visto cómo les dan de comer de todo; bocadillos de tortilla, de mortadela, pollo crudo, raspas de pescado... Comida para una boda». No es que los animales no lo agradezcan. De hecho, lo devoran. Pero esta dieta, en lugar de nutrirlos, los sacia sin cubrir sus necesidades. Además, disuade a los felinos de entrar en las jaulas que los voluntarios colocan para capturarlos y poder esterilizarlos y librarlos de parásitos. Lógico, porque el cebo que se utiliza es, precisamente, comida fresca. Ningún gato con la barriga llena morderá el anzuelo. «No acabamos de comprenderlo, pero algunos vecinos incluso protestan y nos miran mal cuando nos ven llegar con las jaulas».

Lo habitual, de todas formas, es que la protectora mantenga una buena relación con los alimentadores. Quienes, por cierto, se gastan un buen dinero en darles de comer a los gatos del barrio. En el entorno rural, las colonias gozan, en general, de buena salud. Tampoco falta cierta resistencia a esterilizar a todos sus miembros. Normal. Si los felinos no pueden reproducirse y acaban desapareciendo, a ver quién es el guapo que se pone a cazar ratones.