El Dothraki gallego al que fichó «Juego de tronos»

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

AROUSA

CAPOTILLO

Fue a un festival a divertirse; un responsable de la famosa serie se fijó en él y acabó metido en el rodaje

23 mar 2017 . Actualizado a las 08:44 h.

Aparentemente, el pontevedrés Tomás Torres Pazos es un chaval con suerte. ¿Quién va a un festival de música hortera vestido de colorines y floripondios -la cita se llama Horteralia y se celebra en Cáceres- y cuando ya está en el fragor de la batalla musical, cerveza en mano, riendo y cantando con su novia extremeña y con sus amigos, le cae del cielo un contrato para una serie de televisión? Es raro que esto suceda. Pero a él le pasó. Lo ficharon para Juego de tronos así, sin necesidad de hacer prueba alguna ni pasar selecciones. Simplemente, mientras se estaba divirtiendo, se le acercó un responsable de la serie, que en aquel momento se estaba rodando en Cáceres, y le dijo que le enviase su currículo, que le interesaba incluirlo en el filme. A los pocos días ya le llamaron para que se fuera a Extremadura y se pusiera al mando del equipo de rodaje. A Tomás le debieron ayudar sus pelos a lo loco y su larga barba. Él mismo reconoce que debió de ser una cuestión de suerte y «pintas», porque realmente su estética casa con la de los Dothraki, unos de los guerreros de la serie. Sin embargo, conforme la charla con él se prolonga, queda claro que lo suyo, las cosas que le fueron pasando en los últimos años, su felicidad actual, tienen más que ver con el esfuerzo que con el azar que tuvo en Cáceres.

Tomás, con 25 años recién cumplidos, señala que es de una generación en la que la que muchos jóvenes, «afortunadamente, no tienen que preocuparse por cosas económicas hasta que acaban la carrera, vamos, que se pueden centrar en estudiar». No fue su caso. A los 16 años trabajaba de camarero por las noches y, cuando tenía chollo, también por las tardes de pintor de brocha gorda, de grafitero o de lo que apareciese. Resume esa etapa con una frase: «En casa hacía falta que trabajase y trabajaba, simplemente era así». Acabó la ESO y comenzó el bachillerato artístico. A la par, empezó a buscarse la vida. Y de qué manera. Su habilidad para los deportes le puso en bandeja impartir cursos de modalidades como el Slackline -caminar sobre cuerdas- y otras disciplinas relacionadas con el monopatín o las acrobacias. «La verdad es que los deportes sí que se me dan bien, los pillo enseguida. Puedo decir que practiqué unos cuantos, como atletismo o piragüismo». Su madre, que le escucha, añade: «Fue campeón gallego de salto de altura». Él se ríe. Y ella añade: «Pero cuéntale también cuando te rompiste la clavícula con el snowboard». Tomás casi se mosquea por recordarle ese episodio en la nieve. Pero luego sonríe y dice: «Mi hermano estuvo trabajando en Andorra y tuve la oportunidad de ir a esquiar. Bajaba haciendo snowboard y una persona se cruzó y me caí, no fue mi culpa», deja claro él.

Habla de los deportes, de que se ganó buenos cuartos cuando le contrataron para hacer grafitis, «más que como pintor de brocha», indica. Y es entonces cuando explica que, en realidad, el trabajo manual y artesano no se le resiste demasiado.

Una empresa en familia

«Tuve la suerte de que me enseñaron a hacer obras, desde poner suelo a muchas otras reformas. Y tiro para adelante», dice. Ese afán, el de mirar siempre hacia adelante, debe ser genético. Porque hace unos años, su hermano, su madre y él apostaron por «crear una empresa de la nada». Tuvieron la idea de un negocio que fuese una asesoría sobre cuestiones gastronómicas, desde elaborar la carta de un restaurante -tanto el soporte físico como el contenido- a convertirse en una especie de Chicote cuando un local hostelero va mal y necesita consejo para reconvertirse y tener éxito. Ahí se emplea a fondo hoy en día tomas. Él es el encargado del taller. Elabora de forma artesanal cartas, embalajes y lo que le pidan.

Sentado en la sede de su empresa, en la que dice que disfruta sobre todo porque está rodeado de «gente buena, como mi familia y otras personas que se sumaron al proyecto», mientras un perro llamado Lunes que es uno más en el negocio le da mimos, vuelve con la mente al día de aquel festival de Cáceres, que fue en noviembre del 2016. Dice que al principio no se creyó que el hombre que, solo con verle, le quiso fichar para Juego de tronos hablase en serio. Pero que así era. Y que enseguida le llamaron para el rodaje, que fue en diciembre. Iba, en principio, para cuatro días. Pero al final fueron doce días de grabación, monte arriba, monte abajo por Cáceres. Indica que acababa deslomado, de la mañana a la noche rodando. Pero que la experiencia no pudo ser mejor. Le pagaron bien y conoció a muchos fichajes como él: «Para mí lo mejor fueron los amigos que hice, gente que iba como yo para unos días, ya son como de la familia. Tenemos un chat, al que llamamos Hermanos de sangre». No puede desvelar nada. Ni qué grabó ni a qué actores conoció. Solo suelta que mientras a algunos les tenían que caracterizar a fondo, ponerles barba o así, a él bastó con despeinarle la melena para ser un Dothraki. Habrá que ver la próxima temporada de la afamada Juego de Tronos para buscarle en la pequeña pantalla.