La valla de hormigón está hecha añicos en varios puntos de su recorrido
12 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.A Toxa es, sin duda, uno de los buques insignia del turismo en Galicia. Convertida por más de cien años de historia en un símbolo, los visitantes que se acercan a la isla esperan un entorno envuelto en glamur, en elegancia, en el perfume de los jabones que llevan el nombre de la isla. Los jardines principales, con el césped impecablemente recortado, parecen estar a la altura de las expectativas creadas. Aunque «los carteles informativos están estropeados, casi no se pueden ni leer», comenta José Manuel Fidalgo, que ha llegado con su familia desde León.
Efectivamente, los paneles que detallan datos de interés para los visitantes acusan los efectos de la lluvia y la salitre. Pero mucho peor está la balaustrada de hormigón que ciñe buena parte del perímetro de A Illa. En varios puntos del recorrido, la estructura está totalmente derruída. En otros, los hierros que forman su esqueleto se exhiben impúdicamente, mostrando a los visitantes su corazón de óxido. Hay tramos en los que el deterioro no ha sido tan feroz: se disimula en el color grisáceo que ha ocupado esos lugares en los que debería brillar el blanco contra el cielo azul. Y no faltan los lugares en los que la balaustrada está vallada para evitar, quizás, algún tropezón indeseado.
«La verdad es que esto está un pelín descuidado», aseguran los turistas llegados de León. «Y eso que aquí en Galicia, en general, sois muy cuidadosos con el patrimonio». Menos comprensivos se muestran Saúl y Aira, una pareja llegada desde Santiago de Compostela. «La verdad es que esto está bastante descuidado», dicen. Y no solo por los rotos de la balaustrada. «Las plantas están secas, dan imagen de abandono», señala Aira señalando las grandes macetas ornamentales que jalonan la valla de hormigón.
Esta muestra su peor cara en el ángulo oscuro de A Toxa. En ese rincón en el que se levanta el edificio de la vieja fábrica de jabones, un noble inmueble de piedra para el que nadie parece tener un plan. El edificio está tapiado y, por lo menos, alguien ha retirado los materiales que se acumulaban sin ton ni son bajo los soportales de la entrada. Saúl, que lo ha estado fotografiando, no da crédito a la estampa. «La verdad es que esto no da una imagen muy glamurosa». Y reconoce que tal vez sea un crítico duro. A fin de cuentas, «a nosotros nos gustan los entornos más naturales, menos humanizados».
Puestos a hablar del deterioro de la isla, los turistas apuntan también a las conchas pintadas de la fachada de la ermita de San Caralampio. Entre los visitantes se ha puesto de moda dejar su nombre escrito en las vieiras que recubren el edificio. Algunos incluso las arrancan para llevárselas de recuerdo.
De todas formas, a pesar de las heridas que el tiempo ha dejado sobre su piel, A Toxa sigue seduciendo a quienes la visitan. Algo tiene esta isla que la hace especial.